Hablábamos hace no mucho de cierta iniciativa viral por parte de cierto supermercado que pasó de la broma inocente a fantasía de márqueting en unos poquísimos clics, y en la que como siempre tuvieron parte desde la omnipresente suerte virtual (es decir, ese mágico algoritmo que descarta maravillas y encumbra estupidez muchísimo más de lo que sería deseable) hasta el afán del juntamiento entre personas con intereses semejantes y referidos a la intimidad (un afán muy humano, por otra parte). Y ya que el fenómeno ha escapado de la irrealidad más teórica para (por lo visto) instalarse en la más prosaica de las realidades, nos preguntábamos hace poco yo mismo y un amigo acerca de las inevitables consecuencias, y mira tú por dónde que ha sido él quien ha dado con un feliz término aplicado a ciertas situaciones posibles, insistiendo en el hecho de que si bien antes teníamos ‘pagafantas’ a quienes corregir sus actitudes y aptitudes respecto a potenciales relaciones íntimas, corríamos ahora el riesgo de encontrarnos las grandes superficies comerciales llenas de ‘paseapiñas’, esto es, recurrentes almas en pena vagando en busca de una o más oportunidades, aferrándose férreamente a una fruta tropical. Y oigan, yo no sé qué quieren que les diga, pero me parece a mí que en estos tiempos futuristas y futuribles en los que nos movemos, hay sin duda mejores formas tanto de intentar relacionarse de forma más o menos íntimas como de entretenerse más y mejor.
Paseapiñas
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