Ya estamos en septiembre y, probablemente, usted ya se habrá incorporado a su trabajo y dejado atrás los bañitos al atardecer, las cenitas al aire libre y las excursiones, o expediciones viendo la masificación y el tráfico, a sus calas favoritas. Como usted, se han incorporado también los profesores que tras las vacaciones de verano afrontan el inicio de un nuevo inicio escolar. Un momento. ¿Qué ha dicho? ¿Profesores, vacaciones? Un tema sin duda recurrente cuando se habla de esta profesión por lo que vamos a intentar escapar de los discursos prefabricados para entender qué significa ser profesor hoy en día.
El profesor ideal, aunque se repartan premios que parecen certificarlo, no existe. No existe porque los seres humanos somos imperfectos, con nuestros defectos y nuestras virtudes. Pero lo que sí existe es la definición de las características que debería encarnar una persona que se quiera dedicar a esta profesión. Mejor dicho, mi definición porque probablemente cada uno, desde su experiencia vital, tenga la suya. Mi docente ideal debe tener paciencia, capacidad empática, un conocimiento sólido de la materia que imparte y una gran agilidad mental para adaptarse al ritmo diario y para renovarse con el paso del tiempo. La paciencia y la capacidad empática son muy importantes. El que aprende, también conocido como discente, necesita sentirse apoyado y comprendido. De hecho, un error típico del docente es considerar incomprensible que una persona no sea capaz de asimilar los conocimientos de su asignatura. Error que se produce, entre otros factores, por ignorar la teoría de las inteligencias múltiples de Gardner, teoría discutida pero que, al menos de manera conceptual, define la inteligencia y sus tipos y deja claro que, a no ser que uno sea un superdotado, no somos capaces de destacar en todas las áreas de conocimiento.
Las cualidades anteriormente mencionadas, siendo esenciales, no bastan para intentar alcanzar la excelencia. Se necesita un concepto claro de la ecuanimidad, ser capaz de aceptar críticas constantes, ser creativo y también ser un gran intérprete. Sí, como lo lee, un gran actor. Probablemente este último punto le haya sorprendido. Pues tiene su lógica, pues el docente está de manera permanente de cara a un público que, sobre todo en la pubertad, no es especialmente agradecido. Y dirigir un grupo humano implica gestionar las propias emociones y saber manejar las informaciones por lo que algo de interpretación suele ayudar a conseguirlo. Si aún no me cree, pregunte a algún político. Retiro lo dicho, mejor no lo haga, que ya sabemos que suelen gestionar la verdad de una manera muy particular.
Y lo mencionado anteriormente sigue sin ser suficiente. En una sociedad extremadamente compleja como la actual ser profesor no es fácil. Las faltas de respeto por parte de pupilos y familias no son una excepción, un asunto de extrema gravedad por la falta de valores que implica. La administración, marcando pautas en ocasiones incomprensibles o inaplicables, supone otro campo de batalla con el que el profesor debe saber lidiar. Y, finalmente, un maestro debe aceptar las puntas de trabajo que implican las correcciones y la preparación de las clases. Aunque da igual lo que afirme porque la gran mayoría pensaba, piensa y seguirá pensando que hablamos de un colectivo que disfruta de muchas vacaciones y que solo sabe quejarse. Pues nada, a esperar las vacaciones de Navidad…