Nos habíamos olvidado de que el País Vasco y Navarra ya tenían su propio régimen fiscal y de que estaban fuera del régimen común nacional de financiación y de la llamada caja de solidaridad. Tuvieron que llegar unas elecciones autonómicas en Cataluña para que las negociaciones para formar gobierno nos recordaran que la soberanía fiscal es moneda de cambio. Claro que esta moneda solo tiene validez cuando la negociación la llevan a cabo un partido nacional y otro autonómico. En situaciones diferentes, la moneda carece de valor.
Según el doctor Pedro Sánchez (máster en política económica), la soberanía fiscal catalana es un nuevo paso hacia el federalismo estatal. Lo cual, traducido al lenguaje popular, se podría interpretar como la disolución del Estado español y con él el Estado de derecho y con él el Estado del bienestar. Los que piensan estas cosas con conocimientos en el arte de la economía financiera, anuncian el final de la caja de solidaridad que encomiaba a que unas comunidades autónomas ayudasen a otras. Aquello del todos a una, se ha acabado. A partir de ahora, que cada uno se saque sus propias castañas del fuego.
La igualdad de todos los españoles que proclamaba la Constitución de 1978 se ha ido matizando tanto que ya parece un derecho inalcanzable. Sirva como ejemplo la ley de amnistía. Hemos ido apostillando tanto la Carta Magna que hoy tenemos españoles de primera, de segunda y de regional preferente. Poco a poco hemos ido dejando de ser iguales ante la ley y, ahora, en tiempo récord, estamos dejando de ser iguales ante la financiación. Parece que queremos restaurar un cantonalismo trasnochado generador de marginaciones y provocador de discriminaciones. Sorprende que sean partidos que se dicen progresistas los que desmantelen la solidaridad y creen nuevas formas de desigualdad.