Eso de intentar silenciar a la prensa desafecta es casi tan viejo como la luz del candil. Unos –como Sánchez– lo pretenden hacer con el Boletín Oficial del Estado (Bauzá lo hacía con el BOCAIB) mientras que otros son más sutiles y apelan a valores o cosas así. A mi me han intentado silenciar de diversas maneras y desde posturas ideológicas muy dispares, aunque no tan distintas. El alcalde Serra Company –último de la dictadura y primero de la democracia– empezó por mandarme a los guardias. En aquel tiempo era bastante común que es batle t'enviàs a demanar. Recuerdo que yo estaba en la barbería de Pep Rayó y los diligentes municipales me sacaron del establecimiento sin darme opción a secarme el jabón del afeitado, que quedó a medio hacer. Mi hija –entonces una criatura– presenció la escena y se puso a llorar. «¿Adónde llevan a papá?».
Cuando salió la revista Sa Pobla –Francesc Gost la recordó con cariño el lunes, durante la presentación poblera del último libro de mi hijo el embajador– Serra Company prohibió a sus fieles que colaborasen en la misma, incluso que la compraran. Una gloriosa pluma local, hoy con plaza propia, me lo explicó en pocas palabras: «Comprenderás que no me puedo jugar las lentejas». Los concejales del partidillo independiente del munícipe –nada que ver, ¿o sí?, con quienes dirigen ahora los destinos de mi pueblo– la compraban a hurtadillas en la papelería de ca s'Alemany y salían ocultando los ejemplares bajo el abrigo.
También los del PSM removieron Roma con Santiago para que yo dejara de escribir en Ultima Hora. Lo exigieron a través de un comunicado público. No lo consiguieron, claro, porque Pere Serra no se dejaba intimidar. Les eché en cara la tropelía, a los pesemeros, 34 años después, en el discurso que pronuncié desde el atril municipal con motivo de la concesión del Escut d'Or de sa Pobla. Recuerdo la cara de los herederos del partido, ahora con nombre de adverbio, desde sus recios sillones oficiales.
El oscuro objeto del deseo de todo poder –ya sea democrático o dictatorial– es el de controlar a la prensa. Unos lo hacen con fondos públicos, u otorgando prebendas, mientras que otros son más bastos. Pedro Sánchez no iba a ser menos. Dice que lo hace «contra la extrema derecha» que es una cosa que no es cosa y en todas partes se posa. No creo que lo consiga porque si fuese así estaríamos a las puertas de una septicemia nacional.