El pasado domingo fueron convocados a las urnas millones de ciudadanos para elegir a los diputados nacionales en el Parlamento Europeo, unos comicios que tienen una enorme trascendencia. Un 70 % de nuestro día a día está condicionado por decisiones de la Unión Europea, sin embargo los líderes políticos españoles han preferido obviar el debate real y mantener para imponer sus pugnas internas; nada de lo que se cuece en Bruselas se ha sometido al debate. En este clima no debe extrañar que aumente el escepticismo respecto a la utilidad de un gobierno supranacional de cuyas decisiones los afectados poco o nada pueden decir, el ‘Brexit' fue una lección que ningún mandatario ha querido aprender.
El caso español ha sido, en esta ocasión, especialmente grave. Pedro Sánchez se ha limitado a recurrir a la conocida estrategia de ser el adalid frente a la derecha y la extrema derecha, un discurso que le compran con entusiasmo los socialistas apesebrados y los electores incautos. El personaje no tiene reparos en pergreñar un discurso en el que no faltan ingredientes lacrimógenos y sentimentales, como el de su esposa, Begoña Gómez, a la que defiende de las garras de la justicia como si de una novela de Corín Tellado se tratase. Mucho lloriqueo epistolar, pero nulas explicaciones sobre los dudosos comportamientos de la señora.
Desde el Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo trata de buscar rédito del contorsionismo socialista y su empecinamiento en dibujar una realidad paralela. Los conservadores no logran neutralizar el lastre que supone la compañía de Vox, con un Santiago Abascal que sigue teniendo en el PP a su principal objetivo para derrotar; el mismo error que cometió Ciudadanos y así les va. En este contexto, el PP tiene evidentes dificultades para alojar su mensaje con eficacia entre la ciudadanía. Los resultados de este domingo son un espejismo para unos y otros con unos índices de participación ridículos. Una lectura nacional estará siempre distorsionada.
La idea de limitar la venta de inmuebles a los extranjeros es otra de estas ocurrencias que saltan cuando faltan propuestas solventes para presentar ante los electores, cuestiones como ésta sólo se pueden tener en cuenta si llevan aparejado la salida de la UE, y no parece ser el caso. Así que mejor no ir perdiendo el tiempo en tonterías.
Los jesuitas
El fin ¿definitivo? de la presencia de los jesuitas en Mallorca es un hecho más que notable. La Compañía es muy libre de tomar las decisiones que estime oportunas, pero quizá debería perder algo más de tiempo en argumentarlas con solidez. La marcha cierra un ciclo de siglos en su relación con Palma y ante la que resulta extraña la pasividad institucional. El colegio de Montesión ocupa un edificio anexo que fue cedido por el Ajuntament con fines docentes tras la Guerra Civil, el cual un inversor quiere convertir en una residencia geriátrica de lujo. ¿Nada que decir desde Cort? El tufo especulativo de la operación es excesivo, falta claridad en un asunto que compromete el futuro del barrio más emblemático de la ciudad. El siguiente paso será convertir Son Bono en un bed&breakfast.