Yo ya no ejerzo el periodismo de calle, el que tiene contacto cara a cara con las fuentes de la información. Pero tengo mil colegas que lo hacen, también en la política balear. Uno de ellos, de los que más respeto, me decía que cada día le cuesta más hacer entrevistas políticas porque, con excepciones, el nivel de los interlocutores es paupérrimo. Me asegura que ha tenido que advertir que algunas de sus piezas con la advertencia de que eran un invento, una creación propia, porque «lo que me dijo la fuente carecía de toda lógica gramatical, de orden o precisión. Al pasarlo a escrito, tengo que pensar qué me han querido decir y reflejarlo con palabras y estructuras inteligibles para que el público entienda».
Me contó un caso aún más dramático, que les voy a ahorrar. Pero no quiero dejar de apuntar a la tragedia que vive una sociedad que tiene representantes políticos con este nivel tan lamentable. No ser capaz de ordenar las palabras para expresar un pensamiento equivale a que no hay pensamiento, porque las ideas no existen en abstracto sino que se explicitan usando el lenguaje.
No estoy hablando de un caso aislado; la gravedad, además de cualitativa, es cuantitativa porque probablemente no menos de la mitad de los políticos actuales de Baleares son así de limitados. Detrás de muchos cristales tintados de coches oficiales se oculta el pavor a la exposición, por estas trágicas razones.
Un efecto de que la mitad de los políticos sea incapaz de expresarse es que acceder a la otra mitad es muy barato: quien sepa hablar de corrido ya es portavoz de grupo, incluso aunque no tenga criterio. Al que sabe ortografía le dejan redactar leyes. Ante esta penuria, si encuentran a alguien que sabe poner sujeto, verbo y predicado en orden, nadie se atrevería a exigirle que encima tenga un contenido digno. Saber hablar ya impacta. Sin embargo, la política es más que saber hablar. Habría que tener un cierto barniz ideológico.
Tanto la izquierda como la derecha acumulan una historia con la que deberían familiarizarse para poder explicar sus fundamentos, incluso aunque sea para consumo propio. Pero los unos no saben en qué consiste el socialismo, ni cómo ha evolucionado hasta hoy, ni qué es el control centralizado de la producción ni sus resultados y, por supuesto, Bad Godesberg o Suresnes no les suenan de nada; los otros jamás han entendido qué virtudes tiene el capitalismo que hace que todos los países que lo adoptan progresen y sólo creen lo que dice Pablo Iglesias en La Tuerca, de que un empresario siempre es un ser perverso y destructivo. Y quien dice el capitalismo dice para qué sirve el mercado, en qué consiste la libertad, o de qué va la transparencia de verdad.
Hemos llegado al punto en el que ni siquiera los consellers hablan. Es el mayor desperdicio de micrófonos jamás visto. De muchos de ellos los medios no tienen foto en el archivo. Peor: tampoco lo echan en falta. Siempre hay una excepción, pero insuficiente como para que mi amigo periodista pueda evitar los antidepresivos. En la oposición, lo mismo: Negueruela y ‘esto es todo amigos'. Aquello de traducir el Informe Pisa (por la ciudad italiana) como trepitja nos parecía insuperable, pero lo hemos desbordado. Lo peor de esta realidad es que no se arreglará porque ni está en la agenda política ni puede estarlo. Sólo faltaba que ellos lucharan contra ellos mismos. Ante todo, incapaces de saberse incapaces.
Ponga esta tropa delante de funcionarios con colmillo retorcido, valga la redundancia, y entenderá el bloqueo total de la Administración pública. Sabedor de que es inamovible, de que cobra el doble que su jefe político, el funcionario le espeta, con conmiseración: «No, esto no se puede por la ley tal…». «Esto tampoco, por Bruselas». «No, hay doctrina del Supremo en contra de esto». Y ahí se va el político al diccionario a ver qué significa «doctrina». Yo diría sin equivocarme que hoy, un año después de haber llegado al poder, algunos están empezando a descifrar sus funciones y a diferenciar al ujier del asesor jurídico. En otro año descubrirán que la mitad de lo que les dicen es mentira, pero entonces ya habrá acabado la legislatura. Que hagan algo es absolutamente imposible, porque con estos mimbres necesitarían veinte años. Y encima lo más probable es que hicieran la política del partido contrario, porque del suyo propio no saben nada.
A mi entender, esta legislatura está acabada. Creo que lo que no se lanza en los primeros seis meses ya no se hará nunca. Por lo que el gran avance de este mandato será el cambio del logo del Govern, una prioridad social, y el impuesto de sucesiones. Y a esperar.