El primer alcalde republicano de Maria de la Salut protagonizó una de las fugas más asombrosas de la Guerra Civil. Jaume Bergas Femenia sufrió durante meses una persecución implacable por todo el Pla de Mallorca. Fue de un pueblo a otro como una especie de Lute incansable. Aguantó días sin comer ni dormir, escondido en cualquier agujero, hasta que le atraparon. Cuando parecía que llegaba el fin, sus piernas le salvaron por segundos y pudo volver a su casa. Allí le esperaba la gran tragedia: su hija había muerto de un accidente provocado por falangistas.
La historia aparece en los libros de Jean Schalekamp, Llorenç Capellà y Pere Sureda. Cuando comenzó la guerra, Jaume Bergas tenía 42 años y era labrador. Sabía que estaba en la lista negra, así que se escondió en Palma, Vilafranca y Felanitx. Pasó incluso por el gran matadero de la guerra: el cementerio de Son Coletes, en Manacor. Una de las situaciones más angustiosas la vivió en un bar de Sineu. Entró a tomar un café cuando escuchó a los presentes decir que le buscaban. «No sabía cómo salir de aquel aprieto. Yo temblaba. Decidí irme de todas maneras. Pagué y salí a la calle. Fue una suerte que nadie me conociera», confesaría después.
El 16 de octubre de 1936 la suerte se acabó. Sus captores le metieron en un camión con otros cinco izquierdistas de su pueblo con las manos atadas a la espalda, «como se hace con un cordero que van a matar». Uno de los guardias era primo de uno de ellos y no hizo nada. Tampoco el jefe de grupo, un tal En Llebro, que fue recriminado por otro de los reos. «¿No te acuerdas de que una vez te salvé la vida?», le dijo. Al parecer, había intervenido para que no le mataran de una paliza. La respuesta fue: «Yo solo cumplo órdenes».
Cuando llegaron a Puntiró, en la carretera de Palma a Sineu, tres de ellos fueron asesinados. Tras contemplar aquella atrocidad, Jaume consiguió librarse de sus ataduras y salió corriendo campo a través. Los guardias le dispararon «al menos 20 o 30 tiros». «Me tiraban como si fuera una liebre y yo: ‘sálvese quien pueda». Los otros dos también se librarían de milagro. El jefe los perdonó porque tenían un familiar falangista.
Cuando Jaume volvió a casa, supo que su hija Joana Maria, de 19 años, había muerto. Según la madre, los falangistas la mataron «del disgusto y los trastornos». La intimidaban constantemente: «Encontraremos a tu padre y lo mataremos», le decían. Un día estaba asomada a la ventana cuando amagaron con dispararle: «Esta es la casa del alcalde. ¡Haced fuego!». Ella salió corriendo y cayó por las escaleras. «Se puso muy mala [debido a la gangrena] y, al cabo de nueve meses, murió sufriendo mucho. Fue horrible».
La familia huyó de tanto horror a Zaragoza. Volvieron al pueblo 20 años después y alguno de los asesinos todavía estaba allí. «Hay uno, pero siempre está solo. Nadie quiere hablar con él». Jaume recibió varios homenajes en democracia y murió en 1986.
Por cierto, los tres que mataron aquella noche eran los llamados «mariandos»: Joan Gual Genovard, Miquel Salom Ribot y Jaume Gual Mas. Memoria de Mallorca abrió su fosa en 2014. Fue la primera abierta en democracia en la isla. Agradezco al periodista Biel Bergas su ayuda en este artículo.