Este es un pequeño homenaje a la memoria de Marta Margarit Camps, pese a lo grande de su corazón. No hay palabras suficientes que puedan llenar este periódico sobre tus virtudes, mi querida doctora. Las charlas que manteníamos de forma habitual me demostraron que tu forma sublime de ver el universo era digno de admirar. Nunca te vi enfrentar el desasosiego, y eso que pasaste por mucho dolor del alma, desde algo que no fuera la proyección del amor que surgía de tu propia introspección. Tus logros son eternos, porque fuiste un catalizador para muchas, dejándonos con grandes aprendizajes y herramientas sobre las que podemos seguir trabajándonos, y algún día, llegar a alcanzar ese grado que tenías de iluminación. Una yogui que abría sus pensamientos a todo aquel que estaba presente en sus clases. Y no sólo en el ámbito espiritual.
A Marta la conocí cuando fue alumna en la facultad, pero fue ella la que acabó enseñándome a gestionar el dolor el alma. No me cansaré de decirte que, a tu lado, no había problemas que preocuparan u ocuparan la mente de nadie. Siempre atenta a tu formación como pediatra, encajándola, pese al cansancio, con tu vida personal o familiar, buscando siempre la mejor versión de ti. Has conseguido lo que muchos médicos anhelamos en nuestra carrera. Marta ya has salvado muchas vidas. En todos los sentidos.
El día que nos dejaste me dijeron que al final será pasar todas esas emociones que ahora nos abruman, a otra fase que es ineludible y necesaria para un mañana mejor. Así que fluyamos y lloremos, y que todo eso entre y salga de nuestro cuerpo. Y recordaré siempre que «estamos a salvo en cualquier lugar del universo». Nos vemos en las estrellas Marta Margarit.