Es sorprendente la facilidad con la que se puede hacer que el gentío entre al trapo. Al menos en nuestro país, desde la trola de las armas de destrucción masiva en Irak el bulo, la engañifa, el infundio, el camelo, la mentira, la paparruchada, y cuantos sinónimos se nos ocurran, ha venido sustituyendo al argumentario político. Digamos, de paso, que ese es el legado político de ese ser trastocado y mesiánico que responde al nombre de Aznar. Es sorprendente, digo, que tras el auto sacramental de Sánchez la mitad del país se haya caído del guindo y, como si se despertara de un largo letargo, tome consciencia de repente de que esto que llamamos democracia hace fango por todas partes. Lo cual no es malo, ni mucho menos, sólo que visto como se va desinflando el globo más parece que estemos ante un punto y coma que ante un punto y aparte. El diagnóstico es certero, pero no veo yo que se vaya a extirpar el tumor.
De aquellos polvos estos fangos. El pecado original está en que en vez de ruptura hubo reforma, y la Transición, la Santa Transición, consistió finalmente en la continuación del franquismo por otros medios. Ya lo dijo, muy clarito, Fernández-Miranda: de la ley a la ley. Tanto es así, que cuando el PSOE llegó al Gobierno por goleada hubo ilusos, a millares, que esperaban una segunda Transición. Pobres. Y ya que no la hubo, hay quienes ponen su esperanza en este anunciado punto y aparte. Como dije al principio, hay que ver la facilidad con que se puede hacer entrar al trapo.