No sabría decirles ahora muy bien por qué, pero nuestra vida como palmesanos es de un tiempo a esta parte cada vez más compleja y complicada. A veces pienso que incluso es posible que algunos días tengamos una agenda de compromisos, visitas o tareas algo más llena o saturada que la de nuestro querido alcalde, Jaime Martínez. Así, nos levantamos cualquier mañana y nos acordamos, por ejemplo, de que tenemos que ir al dentista, concertar una cita con nuestra oftalmóloga, acudir al mecánico, borrar los spam de nuestro correo electrónico, estar pendientes de la revisora del gas, participar en alguna manifestación, hacer una reserva en un restaurante, reclamar algo a alguna Administración pública, discutir por enésima vez con nuestra empresa de telefonía, asistir a un evento de postín al que sorpresivamente fuimos invitados o llamar al fontanero para que nos confirme que podrá pasar por casa para arreglar la cisterna de nuestro cuarto de baño, que desde hace varios días gotea casi más que las cataratas del Niágara. Eso si hay suerte y ustedes no tienen hijos en edad escolar, porque si los tienen, qué les voy a decir, esa macroagenda puede multiplicarse entonces por cuatro, por cinco o por diez. Todo ello explicaría por qué en la actualidad las únicas citas que no solemos poder concretar casi nunca son, paradójicamente, las que seguramente más nos gustaría poder tener, como por ejemplo una reunión con la familia, una charla con los amigos, o un encuentro íntimo con alguien muy interesante o especial, que en mi caso sería, por supuesto, una femme fatale.
La macroagenda
Josep Maria Aguiló | Palma |