Hace años, una prima mía vivió una temporada en Washington trabajando en un proyecto de investigación científica financiado con fondos públicos del Gobierno estadounidense. Estaba un poco frita porque en medio de sus muchas obligaciones tenía que consignar cada folio, cada bolígrafo o cada lápiz que gastaba. «Los contribuyentes americanos tienen derecho a saber en qué se emplea cada centavo de sus impuestos», le decía su encargada, que vigilaba con mirada de águila cada paso de los empleados. Ese espíritu tocapelotas a nosotros nos resulta inconcebible. Pagamos barbaridades de dinero en impuestos todos los años. De hecho, España es el país donde más ha crecido la presión fiscal de los 27 miembros europeos. Generamos riqueza, pero apenas la vemos porque antes de empezar a gastar el Estado se lleva su generosísima porción. Y eso está bien, porque a cambio recibimos muchos servicios de calidad. Sin embargo, ocurren cosas. Como la existencia del tipejo ese, Koldo, personaje de ficción salido de alguna alcantarilla del que echaban mano poderosos miembros del partido en el gobierno.
No caigamos en la inocencia de pensar que eso solo le pasa al PSOE. Les pasa a todos los que han tenido grandes dosis de mando y manejo de presupuestos millonarios. ¿Qué mafioso no necesita a un fontanero que le cubra las espaldas y solucione problemillas? Ahora sale este, pero vendrán otros. El caso es que muchos, muchísimos millones de euros salidos de nuestros esforzados bolsillos fueron a parar a los de este sinvergüenza (presuntamente, claro) y a los de tantos otros como él. Supongo que ocurre un poco en todas partes, pero, ¿por qué tenemos siempre la sensación de ser una potencia mundial en corrupción?