Tal las cosas, la actual política nacional se ha convertido en un circo lleno de payasos, forzudos, mariachis, domadores de pulgas y trapecistas con triple red, es decir, en un espectáculo tan decadente y amañado que ya apenas hace gracia ni provoca emoción alguna. Se entretiene el personal, muy serios ellos, muy en su papel de padres de la patria, en contar los hilillos deshilachados de la Constitución, a la que no le añaden más que remiendos a sus costuras, y en el mojarse la oreja unos a otros con bravatas y amenazas que hacen temblar el pudor y el decoro de los pocos desafortunados que aún los poseen. Y siempre, siempre, con la palabra democracia en la boca.
De auto sacramental, nuestra escena política está pasando a sainete de los Quinteros. Y en esto llega el informe PISA, que además de dejarnos bien cortitos en el ránking internacional vuelve a descubrirnos la rueda al concluir que las diferencias de notas del alumnado de los centros públicos y privados se deben mayormente a las desigualdades económicas. O las recientes estadísticas que desvelan que, proporcionalmente, la vivienda sube más en las zonas de mayor pobreza del país. Naturalmente.
La democracia no sólo consiste en garantizar los derechos de expresión, asociación y representación, sino también que quienes lo ejercen lo hagan en las mismas condiciones de igualdad, es decir, que la democracia, entendida como el gobierno del pueblo para el pueblo, sólo es real cuando a más de política es también económica.