Steven Spielberg ha producido para Netflix una serie de ocho capítulos que se titula La vida en nuestro planeta. Es apasionante.
Explica el inicio del mundo y hace un recorrido por las diferentes especies animales que habitaron la Tierra, los primeros signos de vida unicelulares, los invertebrados, los anfibios, los reptiles, los dinosaurios, y los mamíferos.
Hace años me dormía viendo reportajes sobre animales. Eran una forma maravillosa de relajarme. Daba igual si se trataba de un documental sobre los lobos, los cocodrilos o los elefantes. Crecí con las producciones de Félix Rodríguez de la Fuente, maravillosas y apasionantes, pero también magníficas inductoras al relax. Su voz, que reconocería aún hoy, tanto tiempo después, me resultaba muy tranquilizadora. Entonces se obraba el milagro y yo, insomne impenitente, me dejaba llevar por Morfeo.
La serie de Spielberg me resulta inquietante. Conocer la aparición de la vida desde una perspectiva científica y muy bien recreada es una maravilla.
Al observar la evolución de las especies, su capacidad de sobrevivir a través de la adaptación, y cómo desaparecen para dejar paso a otros seres vivos, pienso en la fragilidad humana. Me resulta inevitable. Los dinosaurios vivieron ciento cincuenta millones de años siendo los reyes del planeta. Un meteorito golpeó por casualidad la Tierra y se extinguieron. ¿Alguien se ha parado a pensar cuántos días tienen ciento cincuenta millones de años? Si lo intento calcular, me mareo. Entonces nos observo a nosotros, los humanos, tan grandes y tan diminutos.
La humanidad probablemente se extinguirá en el tiempo. Dejaremos de existir y todo lo que hemos sido, nuestras formas de relacionarnos, de sentir o de crear, quedará como materia de documentales. Me gustaría pensar que dejaremos un mundo mejor para el futuro, un planeta bello, pero en esta época de caos y sinrazón lo dudo. Dudo de la huella humana en la belleza del mundo que, hoy por hoy, tenemos la suerte de habitar.