Palma será la sede de la cumbre turística de la Unión Europea a finales de octubre. La página web oficial no da pistas sobre los ejes del debate, tan solo se habla de «itinerario de transición hacia un ecosistema turístico sostenible» y de un intercambio de experiencias para promover «destinos turísticos alternativos» y mejorar la competitividad. Cabe suponer que se hablará de cambio climático, de alquiler vacacional, con la preocupante tendencia a regularlo, pero no a limitarlo ni suprimirlo, y del uso de biocombustibles en aviones.
De lo que no se hablará, seguro, es de cómo la dependencia de un modelo turístico, ligado al capital internacional, empobrece a la sociedad balear, con bajos salarios y alta inflación, afectando a cosas tan básicas como la cesta de la compra y el precio de la vivienda. No se hablará del deterioro de los servicios públicos que paga quien reside pero que son insuficientes para atender la demanda que genera la masificación turística, especialmente en materias como transporte, limpieza o atención sanitaria. No se hablará de cómo ese modelo sale de la zona hotelera tradicional para ir parasitando toda la ciudad, convirtiendo los barrios residenciales de toda la vida en zonas de ocio permanente en las que poder dormir es un lujo y poco a poco se expulsa a la población residente.
De todo esto se hablará en la calle, en los actos, debates, mesas redondas y actividades que están organizando conjuntamente las organizaciones ciudadanas y en las que, de forma abierta, sí se podrá participar.