La política se complace en las paradojas. Tenemos ejemplos en la crónica política de esta semana. El PP fue el partido más votado en las pasadas elecciones del 23 de julio pero Alberto Núñez Feijóo, su candidato a la presidencia del Gobierno, no ha podido superar la investidura. Todo indica que será Pedro Sánchez, cabeza de la lista que quedó en segundo lugar, quien lo logrará merced al apoyo del conglomerado de partidos que ya en la pasada legislatura fueron sus socios o aliados del Gobierno. El que perdió, gana. Pero también Feijóo, aunque perdedor al no culminar su objetivo principal, sale ganando del debate de investidura.
Por varias razones. La primera de todas por haber pronunciado un discurso sobrio, solvente y sin histrionismos ni anuncios demagógicos. Solvencia sobre todo en las réplicas salpicadas de una gran dosis de retranca galaica que desconcertó a varios de los portavoces de los grupos nacionalistas a los que retrató en sus contradicciones.
Salió también ganando, pese a perder las votaciones, porque fue capaz de sortear con sorna el ataque torrentero del diputado socialista Óscar Puente, el costalero tras el que se emboscó Pedro Sánchez para no tener que responder a las preguntas de Núñez Feijóo acerca de la negociación de una amnistía con el partido de Carles Puigdemont, el expresidente de la ‘Generalitat' de Cataluña que está reclamado por la Justicia por varios delitos relacionados con el intento de golpe del ‘procés'. Sánchez hurtó el debate por un cálculo político, en un intento de control de daños, pero al hacerlo dejándose sustituir por el diputado Puente, se retrató.
Alberto Núñez Feijóo perdió la investidura pero sale reforzado como líder del partido más votado por los españoles.