Sabíamos que era un embustero. Ha dado prueba, asimismo, de su temeridad al jugar con las instituciones del Estado en beneficio propio. Que está pagado de sí mismo y que le sobra arrogancia. Que carece de ideología y de referencias morales de ninguna clase.
Pero el debate de investidura de Alberto Núñez Feijóo nos ha destapado a un Pedro Sánchez que resulta ser, además, indigno de dirigir el segundo partido de España y mucho más aún de presidir el Gobierno, porque es, políticamente, un cobarde.
Parapetarse en el efímero exalcalde de Valladolid, Óscar Puente, para rehuir el debate parlamentario con el candidato a la presidencia designado por el Rey retrata al personaje en toda su crudeza y diagnostica certeramente la muerte del PSOE que conocíamos, convertido hoy en una comparsa de estómagos agradecidos más cercanos al bolivarianismo que a la socialdemocracia europea.
Pero la indignidad de Sánchez tiene sus cómplices. Las derechas nacionalistas catalana y vasca alimentan el ego del presidente en funciones a sabiendas de que dejan a todo el país -incluidas sus ‘naciones'- a merced de la peor izquierda desde la Guerra Civil. Creen que tienen sometido a su voluntad a un pelele con el que conseguirán todo cuanto se les antoje, pero no han medido las consecuencias que, para sus propios partidos, va a tener todo este paripé.
En unos meses, es más que probable que Bildu pase a gobernar el País Vasco, con o sin el apoyo del PSE. Y por más que fantaseen los de Puigdemont, hoy el respaldo social al independentismo es el más bajo de la última década, de manera que la República está más lejos que nunca, por más que Sánchez blanquee los delitos cometidos por el prófugo de Waterloo y le salve su honorable culo.
Volviendo a asuntos domésticos, no deja de sorprenderme la impune facilidad de algunos medios para inventarse cosas. Es el caso de un panfleto digital de extrema derecha que, bajo la pluma de un personaje como el tal M.A. Font, me vincula a la operación de resurrección de UM, de la que se hicieron eco estas páginas hace tres semanas, e incluso me sitúa falsamente en algunas reuniones preparatorias.
Para quienes estén preocupados por mi salud mental y política, debo aclararles que no he participado en la idea, y menos en reunión alguna con relación a este proyecto de revivir la fenecida UM, al que soy completamente ajeno. Obviamente, quienes crean que hay espacio y oportunidad para esta operación están en todo su derecho, no seré yo quien les criminalice o cuestione su legitimidad, pero hace tiempo que me aparté de la política activa y no he participado en candidatura alguna a las elecciones desde hace exactamente dieciséis años, cuando ocupé, si mal no recuerdo, el número 26 a las listas del Consell.
Ciertamente, presidí UM Palma en su última época, cuando el partido lo encabezaba Pep Melià, pero ni siquiera llegué a participar en los comicios de 2011, ni he vuelto a militar en ningún otro partido desde entonces, dedicándome por completo a mi profesión y a escribir. Hace tres años, un grupo de amigos fundamos Coalició x Palma, proyecto que no llegó a presentarse a ninguna elección y del que actualmente estoy totalmente desvinculado. Preguntando se va a Roma, pero para algunos es más útil inventarse las cosas.