No es fácil encontrar noticias en las que no aparezcan drones, que están en todas partes y salvo follar y quejarse, realizan casi todas las actividades típicamente humanas gracias a su artificiosidad inteligente, y además vuelan. Vigilancia, asesinatos, espionaje, entretenimiento… Toda la juguetería. Y desde luego, también hacen la guerra. La guerra de Ucrania es una guerra de drones, drones por aquí drones por allá, ataques lejanos de ambos contendientes, un dron ataca Moscú, necesitamos más drones y tanques, dice Zelenski. Aunque luego lo que muere es la gente, como en las guerras antiguas, porque la gente no vuela y los drones sí. Una gran ventaja a la hora de defender la patria, que es la actividad más humana de todas, la que nos define. Y que ahora realizan los drones de los cojones. Normal que la información bélica hable tanto de drones. Y no sólo la bélica.
Hasta en las noticias culturales y costumbristas, si bien al principio no parecen tener nada que ver con ellos, a poco que te fijes divisas algún dron en lontananza, sobrevolando todo con quién sabe qué ocultas intenciones. Control, quizá. Todo lo cual, claro está, aunque ya no llame la atención a nadie, a mí me viene produciendo un extraordinario hartazgo de drones. Todo hartazgo, por definición, es lesivo y atentatorio contra la salud mental, pero este de drones, por lo significativo y simbólico, es de lo peor y podría acabar con mi ecuanimidad. Lo que oyen. Hasta la coronilla estoy de drones. Y como cuando estoy hasta la coronilla de algo propendo a la reflexión, no sea que ese algo en realidad resuma muchas cosas odiosas que procuro olvidar, pues en efecto, lo reflexioné.
Y sí, el hartazgo de drones contiene y fomenta otros hartazgos que no intentaré enumerar. Muy tecnológicos, pero tradicionales. ¡Tecnología de vanguardia aplicada a lo más consuetudinario! No se preocupen, yo tampoco entiendo muy bien lo que acabo de decir. Aún estoy a media reflexión, fruto del hartazgo. El hartazgo de drones, que me tienen frito en tanto que imagen icónica del progreso. Y ojo, porque el progreso va tan rápido que es imposible imaginar de qué estaremos hartos mañana. Qué urdirá después la industria juguetera.