Estamos en un país de hipérboles. Somos unos dramáticos y ya parece que estuvieran gobernando los nazis. A la hora de criticar algo no hay nada como ser honesto con uno mismo y no argumentar de manera falaz puesto que, de otro modo, éstos se convierten en insostenibles y no aguantan ni media hostia. Sabrá usted, si esta no es la primera vez que lee lo que tecleo, que me producen dentera las conexiones mentales de algunos dirigentes de Vox que parecen salir de una jaula más que de un vientre materno. Machistas, negacionistas, soberbios e intolerantes más de uno. Dan tanto juego, que no es necesario exagerar sobre lo que no hacen porque así de nada sirve cuestionarlos. Decir que desde que los peperos han pactado con la extrema derecha ha vuelto la censura es una bobada descomunal. No hay que confundir elegir con censurar. Porque no se puede decir que la izquierda censura el castellano cuando en IB3 fomentan el uso del catalán o que se ha censurado a Bertín Osborne porque no ha venido nunca a las verbenas de Sant Sebastià. Censurar es prohibir, y de momento, no se ha prohibido nada. Los nuevos tienen todo el derecho a elegir y dejar que, en todo caso, sea la iniciativa privada que promueva otro tipo de espectáculos que ellos, no quieren promocionar. Gobernar es decidir dónde poner el dinero. Es lo que tiene esto de votar, queridos.
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