Con la disolución del Parlament, ya no hay cañas, sólo lanzas. Los errores del adversario se magnifican; las propuestas propias se exaltan hasta prometer el establecimiento de cotizaciones sociales para los robots o vencer la soledad como hacen los socialistas en Baleares, y la perspectiva del 28 de mayo, día de las elecciones locales y autonómicas, sume a los candidatos en un estado que oscila de la euforia a la angustia sin apenas transición.
Ha dicho Zapatero en Palma que los miembros del Ibex se cuadran cuando van a la Moncloa. Debía ser antes de que desde el gobierno se desataran las hostilidades contra la empresa, con expresiones como atar en corto a Ferrovial o calificar de capitalistas despiadados a empresarios como Juan Roig (Mercadona), exabruptos que quizá no sorprenderían en un mitin de la ultraizquierda, pero pronunciados por ministras del Gobierno, y compartidas por su presidente, que no ha opuesto reparo alguno, llevan a pensar que se les ha ido la pinza. Por cierto, es impresionante el proceso de lavado de imagen a que está siendo sometido quien fuera considerado por amplios sectores ciudadanos como el peor presidente de la democracia, hasta que llegó Pedro Sánchez.
Viene a cuento la digresión por la distancia de la relación entre empresarios y poder político que se da en Madrid y la que se percibe en Baleares. Las élites económicas y sociales se muestran complacientes con Francina Armengol, quizá por el uso que ha dado el Govern al dinero público. Su aquiescencia es incluso compartida en ambientes antaño críticos con la izquierda. Todavía se recuerda el espaldarazo público de uno de los grandes del turismo, Gabriel Escarrer, a la presidenta y al conseller Iago Negueruela (parafraseando a Pedro Sánchez ¿de quién dependen los inspectores de trabajo?; pues eso). El pronunciamiento del factótum hotelero va de suyo, sólo ha de dar cuenta a sus accionistas. Distinto es el caso del rector de la Universitat de les Illes Balears, Jaume Carot, que no dudó en manifestar, también públicamente, su incomodidad con un posible Govern PP-Vox, participando sin ambages del mantra de la izquierda, cuando a un cargo con su responsabilidad debería de resultar exigible una cierta neutralidad política.
Para errores, el de la candidata del PP, Marga Prohens, y su encuentro con el ex secretario general del PP, publicitado por algún conmilitón (ay, el fuego amigo en los partidos). Aunque también es cierto que ha sabido reconocer su yerro, a diferencia de Francina Armengol y el bochornoso episodio del Hat Bar (recuérdese, de copas de madrugada, con su equipo de confianza en pleno confinamiento por la pandemia).
El agrado con Armengol, en definitiva, parece olvidar que es la avanzada del acuerdo de la socialdemocracia con la extrema izquierda y el independentismo. Suya es también la supresión del delito de sedición y la rebaja del de malversación para avalar la impunidad de los políticos catalanes condenados por el Tribunal Supremo; la presidenta de Baleares asume la defensa de la ley que rebaja las penas de violadores y pederastas y de la norma que convierte la biología en un sentimiento. De la reforma del sistema de financiación de la autonomía, ya ni hablamos. Otra bandera irrenunciable que se ha deshilachado por el camino.