En el momento en que me tocó elegir colegio para mi hija mayor, una de las cosas que me convenció del que escogí fue la jornada partida, pues se acercaba –remotamente, eso sí– a la jornada laboral que yo tenía en aquel entonces. Como a mí, a cientos de dependientas de comercio, peluqueras, agentes inmobiliarias y trabajadoras de oficinas diversas les convenía más que sus hijos estuvieran en el colegio por la mañana y por la tarde. Ese horario, además, tiene otra ventaja y es que presiona menos a los niños, porque les permite disfrutar de un recreo más amplio, el descanso en la hora de la comida y una presión más liviana en el transcurso de la jornada lectiva. Sin embargo, a los profesores no les gusta.Ellos quieren, como los funcionarios, entrar temprano por la mañana, correr durante seis horas, y marcharse a casa a comer para disfrutar de una tarde de asueto, aunque tengan que dedicar un tiempo a corregir exámenes o preparar clases. Yo les comprendo, claro, creo que todos lo hacemos. Pero cuando se trata de la educación, y de la formación, de los niños es mejor mirarles primero a ellos. Y los expertos dicen que a las criaturas les favorece cierta tranquilidad, más tiempo de recreo y una jornada más larga, pero menos apresurada. Parece que da igual, puesto que en la escuela pública prácticamente todos los colegios se han adherido a la jornada continua. Quizá sería interesante adaptar todas las jornadas laborales a ese mismo horario. Encontraríamos tiendas, restaurantes, cines, centros comerciales, farmacias, oficinas... todo cerrado por la tarde. Seguramente la mayoría de los trabajadores lo acogería con entusiasmo, pero... al convertirse en su tiempo de ocio en consumidores, quizá ya no lo tendrían tan claro.
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