La España oficial trata peor al rey Juan Carlos I que la Francia oficial o Inglaterra. El viernes pasado, en París, fue invitado por el presidente Emmanuel Macron a cenar en el palacio del Elíseo. Don Juan Carlos compartió mantel con Mario Vargas Llosa recién elegido nuevo ‘inmortal' de la Academia Francesa. Por invitación de la secretaria perpetua de esta institución, la prestigiosa historiadora Hélène Carrière d'Encausse, el rey emérito también asistió a la ceremonia de toma de posesión del nuevo académico. Antes, en el mes de septiembre, por deseo expreso de Carlos III, rey de Inglaterra, asistió en la catedral de Westminster al funeral de la reina Isabel II.
Fuera de aquí respetan y reconocen a quien supo impulsar el proceso hacia la libertad en los años gramscianos que nos tocó vivir en España cundo lo viejo -la dictadura en sus prolongaciones- no acaba de morir y lo nuevo -la democracia- no acababa de nacer. Fueron días muy difíciles que convendría no olvidar. En aquellos años en los que los españoles vivimos peligrosamente nuestros vecinos europeos apreciaron el valor y la inteligencia de Juan Carlos I para conducir la Transición. Apostó por la democracia y su papel fue decisivo para abortar el golpe de Estado del 23-F.
Fuera de España se reconoce su papel y dentro se le niega amparando lo que, de hecho, constituye un exilio. Porque exiliado de facto lleva ya tres años el rey Juan Carlos I en Abu Dabi. No pesa contra él requisitoria judicial alguna. Entristece comprobar que fuera de España se le reconoce lo que aquí se le niega. Es una situación injusta que tiene el patrocinio de fuerzas políticas que pretenden reescribir la historia de la Transición minusvalorando el papel del Rey Juan Carlos I. La clave última es que el exilio del rey emérito responde a una presión de fondo para restar legitimidad a la Monarquía parlamentaria, forma política del Estado tal y como define la Constitución.