Pocas frases como la que vio el bueno y añorado Eduardo Galeano pintada en una calle anónima de Buenos Aires para resumir lo que siento en estos días. Salgo a la calle y veo a miles de personas corriendo de un lado para otro como pollos sin cabeza. No corren porque llueva, llevan paraguas, corren porque no van a ningún sitio. Intento refugiarme de esa marabunta humana en alguna cafetería donde se haya parado el tiempo y todavía quede algo de silencio. Imposible, ya no quedan, la especulación y las estruendosas tiendas de moda se las llevaron todas. Pongo la televisión y veo a cientos de miles haciendo cola frente a cualquier ‘Manolita' ansiosos porque esta vez les toque a ellos. Vienen de todas partes del país con la esperanza de que este año les toque el Gordo. Han olvidado, porque prefieren mirar al futuro desde el olvido, que toda su vida no ha sido más que una interminable cola frente a las mil y una ‘Manolitas' que les vendían esperanza, esa sempiterna espera de un futuro que nunca llega. Los noticiarios nos venden a todo color las excelencias de un montón de tíos que dan patadas a un balón en un país que a lo que da patadas es a los derechos humanos. Ver los rostros de alegría de quienes festejan con idéntico entusiasmo los goles en cualquier país del mundo es, quizá, la imagen más realista de la realidad que padece nuestro mundo, un mundo asolado por el resurgir del odio y la barbarie, por el fanatismo que, no hace mucho, mató, y se sigue matando, a millones de inocentes, un mundo dominado por imperios moribundos que en su caída están dispuestos a llevarse a todos por delante, un mundo al que le quedan pocos días de vida en la escala de la Historia y que, segundo a segundo, se aproxima a su autodestrucción con el entusiasmo que dan la ignorancia, el egoísmo y la irresponsabilidad.
Proliferan los gritos de los negacionistas del cambio climático, los aullidos de quienes niegan la violencia machista, el aterrador silencio de quienes se engañan con el peligroso ‘esto es lo que hay', el cómplice mirar a otro lado de quienes dicen que ‘no se puede hacer nada' o el cobarde no querer ver que es esconde tras el ‘todos son iguales'. Este mundo, nuestro mundo, se va a la mierda, y nosotros seguimos sin hacer nada, festejando goles, haciendo colas o soñando con que este año sí nos tocará. Y así seguimos, jodidos y contentos porque «nos mean, pero los diarios dicen llueve» y somos tan estúpidos que les creemos.