Antes era el MidCat y ahora es el BarMar, antes era un gasoducto que atravesaba los Pirineos y, Francia arriba, llegaba hasta Alemania. Ahora la cosa se ha quedado en un «Corredor verde», un pipeleline, una tubería submarina que unirá Barcelona con Marsella transportando hidrógeno verde y algún otro tipo de gas. Anunciada con trompetería pero sin concretar costes, tiempo de construcción, impacto medioambiental, reparto de cargas o el papel de Portugal en esta nueva historia. Lo importante es chutar el balón hacia adelante contando con que los medios afines y el resto, por obligación, van a comprar la novedad.
El presidente Macron se ha salido con la suya enterrando el proyecto de gasoducto que promovían Sánchez y Costa, el primer ministro portugués, y apoyaba Scholz, el canciller alemán. Cada día un relato, una nueva historia. Es su forma de ganar tiempo. Ahora es la hora de los expertos. Algunos hablan de la ingente cantidad de energía eléctrica que se necesita para obtener hidrógeno del agua y otros opinan que para cuando quisiera estar lista la infraestructura tubular subterránea que uniría Barcelona con Marsella la crisis energética que padecemos habrá pasado.
Porque toda esta operación del gasoducto transpirenaico que ha pasado a mejor vida y el nuevo canal submarino que se anuncia a bombo y platillo no son más que proyectos. Política. La crisis energética agravada por la guerra de Ucrania y las sanciones impuestas a Rusia como país agresor, en España repercute porque nos afecta más de lo debido en razón de una decisión política: el volantazo de Pedro Sánchez en la política sobre el Sahara. Teníamos una excelente y bien rodada relación con Argelia que garantizaba el suministro regular de gas. A deshacer ese embrollo y no a crear trampantojos como el del anunciado BarMar, debería aplicarse Sánchez, pero no se espera porque él vive al día.