Decíamos el jueves que hay que aclimatarse, es nuestra gran prioridad a la que debemos supeditarlo todo, por lo menos hasta octubre o noviembre. Cuestión de supervivencia. Y sin embargo, hay quien no lo consigue, yo por ejemplo. Eso me obliga a buscar remedios paliativos, lo que tampoco se me da muy bien. Lo mejor que he encontrado es una toallita, que desde hace un mes tengo siempre en el brazo de la silla delante del ordenador. Para secarme el sudor de la frente, manos y la cara, y evitar así que caiga sobre el teclado, y me resbalen los dedos en las teclas mojadas, creando un galimatías textual indescifrable.
Literatura de vanguardia climática. Muy recomendable, esa toallita, para todos los que teletrabajan a temperaturas elevadas. Mejor que pañuelitos de papel. No sólo porque si el teclado se moja te puede estallar la pantalla, dejando frito al instrumento de trabajo, sino sobre todo para que no parezca que acatas la Biblia al pie de la letra («Ganarás el pan con el sudor de tu frente»), igual que un cristiano evangélico de Alabama o Carolina del Sur, en el cinturón bíblico de EEUU.
Eso sí que no, por favor. Prefiero escribir como un poetastro del siglo XIX, medio congelado en una sórdida pensión de San Petersburgo, que como un integrista religioso de Oklahoma. Y para eso, nada como una toallita siempre a mano, que conviene cambiar a diario. Pequeña, de un par de palmos, que pase desapercibida. Si no te puedes aclimatar, disimula. Naturalmente, antes de escoger mi toallita pensé en esas que usan (y exhiben muy ufanos) los saltadores de trampolín o clavadistas (que la clavan), una especie de gamuza de microfibras de polivinilo capaces de absorber muchísima agua, y que se secan tan pronto las estrujas.
De ahí que estos saltadores, cuya profesión es pasarse el día tirándose al agua, se paseen por las piscinas olímpicas con su gamuza en la mano (su shammy), contoneándose de pura satisfacción. Lo pensé, pero decidí que no. Son muy prácticas, sobre todo para limpiar el fregadero, pero no da ningún gusto pasárselas por la cara. Y además, yo de clavadista no tengo nada. Prefiero la toallita de toda la vida, mullida y confortable. No aclimata nada, pero vas tirando.