Ante la avalancha de fallecimientos por golpes de calor que nos señalan los medios de comunicación, es lógico que nos preguntemos si antes la gente no fallecía a consecuencia de los mismos. Evidentemente puede ser consecuencia del cambio climático o puede que la reiteración de las noticias en las redes sociales nos desconcierte un tanto. Pero sin lugar a dudas lo que es terrible es que una persona fallezca trabajando, como en el caso de Gonzalo el barrendero de Madrid, porque el asfalto registraba más de 40 grados y su cuerpo superaba los 41 pese a llevar dos botellas de dos litros de agua y un spray para refrescarse la cara.
Pero no sólo podemos achacarlo al cambio climático sino a la agónica situación laboral y económica en la cual nos hallamos inmersos: Gonzalo, el barrendero, temía por su puesto de trabajo y eso le llevó a aceptar y cumplir con unas condiciones inhumanas que las empresas y ayuntamientos no parece que lamenten a excepción de cuando se registra una muerte. También los demás que nos quejamos cuando el servicio de limpieza no pasa un día por nuestra calle obviando el hecho de que hace un calor de muerte, pero luego nos enteramos de lo sucedido y nos llevamos las manos a la cabeza buscando culpables.
Las calles amanecen repletas de suciedad (lógicamente existe la porquería inevitable, pero también hay la otra que ni hecha adrede) porque nos cuesta comprender para qué sirven las papeleras y los contenedores. Y, qué coño, ya pasarán a recoger nuestra mierda los empleados de limpieza que para eso les pagamos con nuestros impuestos. Olvidando nuestras preocupaciones por el cambio climático y el caso de Gonzalo, el barrendero de Madrid.