Palma se hunde después de cuatro años gobernando el Ayuntamiento el alcalde Hila. Después de promesas y más promesas, todo sigue tan mal como antes, habiendo asegurado que terminarían el parque del canódromo, donde el año pasado se habían plantado árboles, vegetación y preparados juegos infantiles, luces y el resto. Resulta que pararon los trabajos sin que nadie averiguó la razón del parón. Su estado actual es aún peor que antes de planificarlo. Siguen sin pintar los pasos de cebra, diría que en toda la ciudad; algo que es muy peligroso dado que los extranjeros cruzan la calle sin semáforo, asustados al ver que los vehículos no paran, y estos atraviesan saltando el niño, el perrito y su madre. De haberle sucedido a una persona nacional ya le habrían propinado insultos a grito pelado.
En las Avenidas que rodean el centro se transita a la velocidad permitida; pero existen montones de hoyos donde meten la rueda los coches, se desequilibran saliendo de la calzada y pueden atropellar a alguien. Patinetes, bicicletas, motos… circulan a más velocidad de lo permitido, añadiendo más terror al ruido motero, del cual disfrutan los conductores mientras los vecinos no pueden dormir en paz, sea la hora que sea. Y esto no solo sucede en Santa Catalina, también en el centro y los barrios colindantes. Es verano. Las ventanas están abiertas por el calor, pero por ahí entra también la música, los gritos, las risotadas y las peleas.
La calle Jaume III está en obras y ocupan la mitad de la calle con una zanja que la divide y obliga a hacer cola para transitar sea a pie o en coche, organizándose diariamente atascos. Los buses cambiaron sus horarios y recorridos; así que los pasajeros llegan tarde y sin saber dónde está la parada. El concejal de Movilidad aseguró que en quince días estaría todo arreglado y quedará como nuevo. No lo creo.
El otro día estaba en una terraza del paseo de Mallorca, dedicándome a contar los autobuses articulados. Pasaban del orden de 66 buses, desde las cuatro y media hasta las ocho. Parecía un tren sin pasajeros que igualmente se ponen en paralelo no dejando pasar los coches. Ello ocasionaba montones de vehículos pitando enfurecidos. Se anuló el placer de tomar una copa al bajar el sol en las terrazas, bien ordenadas, bajo una luz tenue, soplando vientecito refrescante. Señor alcalde, ¿cuándo pondrá orden en nuestra magna Ciutat? Hoy es cutre, vulgar y fea.