La obsesión de los seres humanos por encontrar su yo verdadero, que les lleva recorrer enormes distancias físicas y psíquicas por mares de dudas, escarpados riscos y sucios basureros (plagados de yos falsos, se entiende) a fin de dar con él, muy esquivo como todo lo auténtico, y así conocerse a sí mismos de una vez y quedar maravillados, no es privativa únicamente de los seres humanos. Lo que pasa es que los humanos escriben muchas autobiografías, y novelas acerca de esa épica búsqueda, y hasta poemas (donde por cierto lo más que encuentras es el yo poético, no el verdadero) y manuales de autoayuda, y parece que se trata de una manía propia de la especie.
No es así. A los centauros por ejemplo también les pasa, y con mayor razón, pues ni siquiera los más sabios, como el legendario Quirón, tutor de héroes como Aquiles, Jasón y Teseo, llegó a saber si era hombre o caballo, y cuál su yo verdadero. Ninguno de los dos, queridos niños y niñas, pues al tratarse de un caso excepcional, el auténtico yo de Quirón era la constelación de Sagitario. Qué sorpresa se habría llevado de saberlo. Los centauros normales y corrientes, menos sabios, rara vez lo consiguen. Se pasan la vida intentándolo, igual que un poeta modernista o un funcionario municipal. Quién soy yo y qué hago aquí, mascullan. Según Freud, sería fácil descubrir su verdadero yo observando si tienen el aparato genital entre las piernas de delante, donde un hombre, o entre las de detrás, donde un caballo.
Por desgracia, hemos visto en representaciones pictóricas y escultóricas ambas variantes y al tratarse de criaturas lujuriosas, tampoco cabe descartar que no los tuviesen ni delante ni detrás, sino en ambos sitios. Dos aparatos genitales completos, para usarlos alternativamente según si lo hacían con una ninfa o una yegua, o a capricho si con una centáuride, asimismo doblemente dotada. Freud situaba ahí el yo verdadero, pero parece que con los centauros tampoco funciona el dato, o funciona menos todavía. Menuda murga quimérica, queridos niños y niñas, eso del yo verdadero. Tan pronto lo encuentras, resulta que ya es otro. Un caballo, una nube de mosquitos, incluso una constelación.