El Gobierno decidió que desde hoy mismo no sería obligatorio llevar la mascarilla en exteriores, pero como tampoco está prohibido hacerlo, yo pienso seguir llevándola hasta en mi futuro funeral. Me he aficionado, y además mola eso de ir enmascarado. Es más estético, más prudente, incluso me hace más exótico y asiático. Facilita las relaciones humanas, pues se ven menos las caras; es signo de cortesía, salud mental y buenas maneras.
El caso es que si repito mucho algo, como encender un cigarrillo, tomar un trago, acostarme con señoras, leer el periódico o ponerme una mascarilla, acabo aficionándome. Me he aficionado a las cosas más peregrinas, sin contar las ya mencionadas. Los westerns, la literatura china, los anime, cenar manzanas y medio melón, hacer largas siestas, no ir a misa, coleccionar lápices, ir en pijama, estar de incógnito, olvidar cosas.
Soy un animal de rutinas, y hasta que algo se convierte en rutinario no me gusta. Luego sí, luego ya me parece estupendo. Como la mascarilla, iba diciendo. Una prenda de vestir que se me ha hecho indispensable, mucho mejor que la corbata en cuanto que adorno, pero como sabe todo el mundo, igual de inútil en exteriores. Inútil a efectos de pandemia, efectivamente, pero no de autoestima y disfrute personal. Y como de alguna manera tengo que justificar mi decisión de no prescindir de ella, ni hoy ni nunca, añadiré que tal como están ahora las cosas en España, y el delirante ambiente prebélico que impera tanto a nivel parlamentario como de calle, no hay nada más prudente y juicioso que ir embozado al modo de los forajidos.
Por seguridad personal, por cuestiones de privacidad. La mascarilla es el complemento perfecto para mantener en estos difíciles tiempos un mínimo de decoro y elegancia moral. Protege de la mala educación, la agresividad y las canalladas políticas, económicas o estratégicas de gentes desquiciadas, a las que más vale no ver la cara. Y que no te vean. Creo que no voy a quitármela ni aunque prohíban su uso público, porque considero que no sólo me favorece, sino que favorece a todo el mundo y es un lenitivo contra la mala leche generalizada. Mejor enmascararse. Que me he aficionado, en fin. Y ya está.