El panfleto es un opúsculo satírico, muy mordaz y agresivo, que incluye el libelo difamatorio y la crítica política más corrosiva. Como noble género literario de larga tradición, que contó con ilustres pensadores y escritores panfletarios, fue un arte muy respetado durante el siglo XIX, antes de que existiesen las redes sociales, y en el barrio de Saint Germain de París, un hervidero de intelectuales existencialistas (y exhibicionistas), abundan las calles dedicadas a famosos panfletistas y periodistas panfletarios. Los franceses veneran a Rabelais, monje, médico y escritor burlón, en cuyo Gargantúa y Pantagruel, el gigante Gargantúa, subido a la torre de Notre Dame, ahoga de una meada a 260.418 parisinos tontos de remate. Esto lo dice Rabelais, no yo. Menudo libelo.
En cambio aquí, en la patria del Lazarillo, los panfletos nunca han funcionado bien, y lo normal es que los panfletistas, en lugar de honores municipales, acaben en chirona. Me asombraba yo de la decadencia del género, muy necesario para la salud social, pues aunque ahora en formato digital los millones de panfletos son ya el género literario global, sobre todo en lo que a difamaciones se refiere, no es igual. La cantidad no hace la calidad. Hasta que el otro día, viendo en un telediario la sucesión de líderes del PP, Vox y Cs repitiendo idénticas diatribas satíricas contra el Gobierno, muy agresivas, comprendí porqué aquí no tenemos panfletistas políticos de categoría.
Porque de los libelos ya se ocupan ellos mismos. Donde antes había asesores, publicistas y redactores de argumentarios, ahora tenemos panfletistas a sueldo que cubren las necesidades diarias de todos los partidos, tan enormes que la calidad se resiente. Y no hay forma de que desde fuera se pueda escribir un buen panfleto (lo que intento en este momento), a la altura mordaz de su vasta producción propia. Se quedará corto, blando, sin gracia. Los humoristas ya comprobaron hace tiempo que ni siquiera pueden hacer chistes burlescos, porque el chiste de la cosa nunca es tan demoledor como la cosa en sí. Me temo que nuestros políticos se han adueñado también del arte del panfleto que les satiriza, y para panfletos, los suyos. Cómo difaman, nuestras derechas. Y cómo vas a caricaturizar lo que ya es una caricatura perfecta. Imposible.