Más que un gobierno de coalición, cada día que pasa el Consejo de Ministros que preside Pedro Sánchez se asemeja a un gobierno de cohabitación. ¿Cuánto tiempo tardará Sánchez en repudiar a Podemos fingiendo que nunca fueron sus socios en el Gobierno? A corto plazo no, desde luego. Es una pregunta que no obtendrá respuesta hasta un poco antes de las elecciones generales. Entonces Sánchez soltará lastre asegurando que él nunca estuvo cómodo con los morados dentro de la tienda. De paso encontrará algún argumento para endosar al PP la responsabilidad de su mala gestión en la gobernación del país. Con ayuda de sus turiferarios mediáticos, sobre todo los televisivos, puede que incluso llegue a resucitar en holograma a Albert Rivera para asignarle retrospectivamente la responsabilidad de no haber querido apoyarle, no dejándole otra salida que formar alianzas parlamentarias –el Gobierno Frankenstein– con Esquerra Republicana, Bildu y demás grupos partidarios de liquidar la Constitución.
De Sánchez cabe esperar todo. Lo uno y su contrario. Estos días, al hilo de la última ‘garzonada' del ministro de Consumo –que asegura que exportamos carne de mala calidad– Sánchez ha salido a la palestra para decir que «han sido declaraciones desafortunadas». Podía haber destituido o desautorizado a Garzón, pero no la hecho porque sus cálculos de tiempos van más lejos. Se distancia un poco de Podemos, lo justo, a la espera de la evolución de los acontecimientos.
El resultado de las elecciones autonómicas en Castilla y León y en Andalucía van a ser claves. Si, como parece, Podemos sale trasquilado y el PSOE no levanta cabeza, Sánchez alargará el momento para dar por amortizado su matrimonio con Podemos iniciando una operación de lavado de imagen para presentarse como un campeón de la socialdemocracia haciéndose perdonar todos estos años. Puede tardar más o menos, pero acabará en su agenda.