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Polución intelectual

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Con tanto como se habla en la actualidad de emanaciones tóxicas y polución atmosférica, causa principal de la crisis climática que igual provoca el fin del mundo, parece mentira que de polución intelectual no se hable nada, y eso que las emanaciones intelectuales son mucho más tóxicas que el CO2 o el metano. Me refiero a combustibles fósiles ideológicos, contaminación mental, residuos de pensamientos, emanaciones por así decir inteligentes, basura digital, desperdicios tecnológicos, etc. Todo lo que compone la polución intelectual, un concepto que naturalmente no se me ha ocurrido a mí. Lo formuló hace ya más de cincuenta años el genio polaco Stanislaw Lem en su obra Diarios de las estrellas, en el Viaje Vigésimo Primero, donde se consideraba esta contaminación filosófica el primer signo de una civilización avanzada, y por tanto, próxima al desastre. Que está en las últimas, vamos, por exceso de actividad cognitiva, progreso racional y soluciones inteligentes. No hay nada más contaminante que el intelecto humano, pues hasta las mejores ideas y decisiones (sobre todo las mejores ideas), expulsan tal cantidad de residuos tóxicos que ríete tú de la basura espacial robótica que orbita el planeta. Lo que a su vez genera múltiples fenómenos intelectuales extremos en política y finanzas (inundaciones, sequías y huracanes mentales, recalentamiento cerebral), superiores a los desastres climáticos. El remedio no es, como muchos creen, volvernos más tontos (estamos en ello, como prueban las redes sociales y los casos de Trump, Boris Johnson, la derecha española, el procés y la última Cumbre del Clima), porque está comprobado que buena parte de la polución intelectual tóxica procede de las asombrosas tonterías que la inteligencia conlleva. No es el sueño de la razón lo que produce monstruos, es la razón en sí. Sobre todo, cuando alguien se carga mucho de ella. Observen los humos y emanaciones contaminantes que se desprenden de gentes monstruosamente cargadas de razón, sean líderes políticos, gurús económicos, magnates digitales o meros tuiteros. A esa polución intelectual nos referimos. Muy cerebral. Y nunca se habla de ella, como si fuese signo inevitable del progreso.

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