El poder es el más eficaz antídoto contra la disidencia en los partidos políticos, ya que proporciona los útiles para la exclusión sin más del discrepante o, en el mejor de los casos, para su acceso al sueldo público, un tranquilizante sin parangón en la vida interna de las organizaciones partidistas. Por ello, Francina Armengol vivirá, el próximo fin de semana, el más plácido congreso de su ya más que dilatada trayectoria vital en la política y probablemente también el más sosegado en la historia del socialismo regional.
Sin necesidad de elecciones internas ni de autocrítica alguna, los delegados de la militancia –sino todos colocados, la gran mayoría–, se romperán las manos a fuerza de aplausos por lo bien que les está tratando la existencia, que por algo un congreso como el del PSOE de Baleares será ante todo una fiesta. De haberlas, las dificultades aparecerán más tarde y serán a cuenta del documento programático que el partido tiene previsto aprobar en este su décimo cuarto encuentro congresual. La ponencia refiere que la pérdida de credibilidad en la palabra de los políticos, de los medios de comunicación y de los intelectuales provoca la desafección ciudadana y constituye el caldo de cultivo de los populismos y su estrategia basada en «las mentiras» y la creación de realidades paralelas, que es preciso combatir. Sin duda acierta el documento al señalar a los populismos y sus maniobras como tremendamente perniciosos para la sociedad balear del siglo XXI. Pero, ¿cómo interpretar ese compromiso de los socialistas cuando su secretario general, el presidente del gobierno de España, ha hecho de la mentira un instrumento de uso habitual en la política?
Al mismo ritmo que el PSOE hace amigos –policías y fuerzas de seguridad del Estado, camioneros, agricultores y ganaderos, autónomos y empresarios y esa clase media machacada por una inflación no vista en los últimos treinta años–, acumula agravios para con las personas que en un momento determinado confiaron en su palabra. La relación de las «realidades paralelas» del líder de los socialistas de Baleares ya es, a mitad de legislatura, muy extensa. La imposibilidad de pactar con Podemos, la negativa contundente a cualquier tipo de acuerdo con los bildutarras, el tajante rechazo a indultar a los políticos catalanes condenados por sedición y malversación de dinero público, son algunos de los hitos de una gestión a la que la ocultación de los muertos por la pandemia, el cierre del Parlamento, descalificado por el Tribunal Constitucional, o la negación de la dimensión de la crisis económica añaden sustancia al perfil del personaje. Sin embargo, el hombre ahí sigue, impertérrito, dando por buena aquella sandez de la que fue su vicepresidenta, Carmen Calvo, acerca de las diferencias entre el Pedro Sánchez candidato y el mismo Sánchez presidente.
Desde que Tierno Galván, aquel sobrevalorado alcalde de Madrid de los años de la Movida, proclamó que los programas políticos están para no cumplirse, la relación de determinados dirigentes con la verdad se ha deteriorado tanto que no extraña la frase sensacional de Isabel Díaz Ayuso: cuando Sánchez te habla sabes que te está mintiendo. Los socialistas de Baleares tienen ante sí el reto, y un dilema, de combatir las mentiras del populismo.