El fracaso de Podemos y Más Errejón es el mismo de siempre del Partido Comunista de España, tanto en sus siglas tradicionales, PCE, como en las que se inventó en 1986, IU, por Izquierda Unida. Que los dos primeros partidos se planteen en estos días - siquiera eso - diluirse en el movimiento personalista de Yo (landa) Díaz da el tono exacto de la asunción de su derrota ante el PSOE. Que es la misma, cabe repetir, del PCE-IU.
El comunismo siempre se ha definido a la contra de la socialdemocracia. Su vida es querer matarla. Vive contra ella. Pasó así con el PCE desde los albores de la democracia española, cuando vivió fugazmente el sueño disparatado de superar al PSOE en las primeras elecciones casi democráticas, las del 15 de junio de 1977. Y que se tornó pesadilla en las urnas, por supuesto. Su Conductor a la sazón, Santiago Carrillo, intentó convertir a su partido en parte del “eurocomunismo”, la pátina democrática del comunismo, inventado por el italiano Enrico Berlinguer, líder del PCI, para competir con el vigoroso socialismo de Felipe González. Fue en vano. El fracaso destrozó al partido rojo hasta el punto que se escondió en 1986 tras el escudo de maquillaje que fue Izquierda Unida.
Bajo la égida del padrecito Julio Anguita, IU-PCE recuperó con más obsesión que nunca su fobia contra el PSOE, aliándose sin atisbo de vergüenza con la derecha de José María Aznar para intentar matar civilmente al socialismo de González. Véase qué queda de los amigos y aliados Aznar-Aguita y donde está el PSOE para calibrar la magnitud de la derrota de los enemigos de los socialistas.
La IU-PCE post Anguita intentó de la mano de Gaspar Llamazares entrar en la vía más razonable, abandonando las puestas en escena más duras y buscando acomodo para una izquierda del PSOE que fuera tan democrática como sus competidores en el mismo espacio. Se comprobó, una vez más, que no existía espacio para los dos en el escenario nacional, o no al menos para que el neocomunismo tuviera una entidad que pudiera preocupar al Partido Socialista.
La irrupción de Podemos en 2014-2015 pareció que iba a cambar el sino de la izquierda del PSOE. No fue más que un espejismo intensificado en aquel momento por la dura crisis económica que padecía el país. Con una rapidez difícil de entender, Pablo Iglesias desperdició el enorme apoyo popular inicial para embocar hacia, primero, la escisión de la que nació de una patada Más Errejón y, segundo, lo que queda hoy del partido morado, en alianza con los detritus del PCE-IU: una formación sin liderazgo, estrategia y que no sabe ni para qué está en el Gobierno. Con el resultado que parece entregarse de forma ovejuna al Movimiento Yo Díaz. Y éste se presentó sin presentarse el otro día en Valencia. Su lideresa Yo parece mucho más inteligente y desde luego y sin duda alguna más perspicaz que todos sus antecesores. No apeló a la épica imposible del comunismo tradicional en su empeño histórico de acabar con los socialistas. No cometió ese error. Su objetivo esencial es, dijo, “estirarlos” hacia las posiciones más izquierdistas.
No es mal planteamiento de salida. Que vaya a cuajar la operación ya es otra cosa. Queda mucho trecho para eso. Y la participación de Ada Colau puede lastrar el proyecto. De momento son, como ellas dijeron, unas amigas que se reúnen para hablar de un posible proyecto político. Los cementerios políticos están llenos de aspiraciones semejantes. Hay que dejar pasar el tiempo y limar muchas cosas para que en efecto pueda surgir una plataforma viable. Pero por de pronto la nueva izquierda del PSOE de siempre ya tiene lideresa en su enésima intención de cuajar.