Pedro Sánchez está en modo electoral. Lo connota su comportamiento. Lo está de hecho desde hace casi tres semanas, cuando consiguió una victoria importante para su futuro inmediato. La presencia sumisa de Felipe González en el congreso federal. Mientras, las encuestas siguen insistiendo en que todo está abierto. En caso de convocarse ahora las elecciones generales tanto podrían suponer que siguiera gobernando el socialista como que Pablo Casado llegara a La Moncloa gracias a un pacto con Vox. El problema de estas estimaciones es que nadie sabe cuándo serán los comicios. Excepto el presidente. Y que, al contrario del que fue la norma hasta 2015, ahora las última semanas y sobre todo la campaña electoral influyen en el sentido del voto de mucha gente.
De momento Sánchez se ha hecho con la paz interna en su partido. Y esto es muy importante. Desde la moción de censura en junio de 2018 y más aún con la investidura en enero de 2020 desde la derecha no se ha cesado de augurar una rebelión interna en el PSOE debido a los pactos con Podemos, Bildu, ERC, etc. Según esta tesis existía un partido silente que veía con horror esos acuerdos. El congreso reciente del PSOE en Valencia ha demostrado que no es verdad. El líder hace lo que quiere y nadie se lo discute. Otra cosa es que cuando caiga –y caerá, todos lo hacen, afortunadamente- van a salir enterradores voluntarios desde todos los muchos lugares de trabajo que reparte la agencia pesoe. Pero mientras tanto ni pío. Como pasa siempre y en todos los demás partidos.
Todavía le queda tiempo, antes de su caída. Y es posible que mucho. Con este último congreso del Partido Socialista Sánchez ha conseguido la tan anhelada foto con Felipe González que sella cualquier potencial fuga de votos. Más aún con esa supuesta vuelta a la moderación socialdemócrata de la que hace gala, con lo de la reforma laboral, por ejemplo. En realidad no es esto si no una pátina de maquillaje, como lo era antes la del izquierdismo de verbo florido, usada al modo de táctica electoral. No hay nada más en Sánchez. Y no le ha funcionado mal hasta ahora.
A partir de este momento y hasta las próximas urnas lo que hará será seguir como hasta el momento pero incrementando muy mucho la propaganda de la moderación. Creyendo –y no le falta razón – que los peligros desde la siniestra ya están conjurados y que Podemos sigue rápido y sin pausa el camino hacia su conversión en una especie de renacida Izquierda Unida alrededor del movimiento de Yo (landa) Díaz, como mucho. El cual, aun cuando restara algún voto al PSOE, nunca podrá ser su alternativa, como aspiraba a ser -y a punto de conseguirlo estuvo en 2015- el movimiento de Pablo Iglesias. Con el flaco izquierdo tranquilo, ahora fija el objetivo en el derecho. Porque ahí hay mucho voto que ganar.
Votantes antiguos del PSOE que fueron a Ciudadanos o a opciones regionales, más los desideologizados que tienen fácil votar al poder conforman una bolsa de electores muy apetitosa para Sánchez. Por supuesto que con un matrimonio idílico con el neocomunismo de Podemos y el separatismo serían potenciales apoyos difíciles de seducir en la práctica. Por eso necesita poner en marcha la maquinaria de propaganda –la mejor de todos los partidos, con diferencia – para convencerlos de que el PSOE está de vuelta a la moderación –la rosa - desde la convicción izquierdista –el puño – y que en verdad nunca abandonó ambas. Esta moderación de circunstancias se opondrá al radicalismo derechista de Pablo Casado que se entrega a la ultraderecha sin remisión. Tal eje de la propaganda gubernamental ya se ha iniciado con declaraciones de ministros y diputados socialistas criticando tal deriva del PP. Desde ahora el PSOE la convertirá en estrategia electoral. Moderación propia multiplicada por radicalismo ajeno igual a cuatro años más de Gobierno. Ahí está la ecuación del sanchismo. Simple, obvia y burda. Sí, pero no debe desdeñarse la posibilidad de que le salga bien.