A diferencia de la política nacional, y también la regional, si aceptamos que las elecciones alemanas pueden ser indicativas de tendencia en Europa, el futuro pasa por la moderación. Pero ni Francina Armengol, y mucho menos Pedro Sánchez, se parecen a Olaf Scholz, aunque se proclamen socialdemócratas –la distancia del dicho a los hechos en este caso es abismal–, ni Marga Prohens, ni tampoco Pablo Casado por seguir con las comparaciones, tienen nada que ver con Angela Merkel o su sucesor en la candidatura conservadora Armin Laschet.
Los resultados en Alemania no han sorprendido a los observadores: victoria ajustada de la socialdemocracia (SPD), derrota por la mínima del centro derecha (CDU/CSU) y ascenso determinante de cualquiera que vaya a ser la fórmula de gobierno de Verdes y liberales del FPD. Los extremos, AfD por la derecha, y Die Linke por la izquierda, camino del ostracismo. Todo ello después de un mandato en el que socialdemócratas y conservadores han gobernado en coalición, lo cual echa por tierra el manido argumento socialista de sustentar el no es no de Pedro Sánchez en el riesgo de desaparición del partido.
En Baleares, Francina Armengol gobierna en coalición con Podemos, su correlato alemán sería Die Linke, y la coalición con aspiraciones de partido Més, que a medida que pasa el tiempo resulta inclasificable por su tendencia a asemejarse a Podemos o, según soplen los aires, a los independentistas catalanes. Un calco, en definitiva, del Gobierno de Sánchez (o a la inversa porque Armengol reclama la paternidad del invento) que se mantiene en la Moncloa gracias a los apoyos de la extrema izquierda, el independentismo catalán, el nacionalismo vasco y también con los votos del partido que homenajea a los presos de ETA. La estrategia de ese patrón de gobierno se fundamenta en el fortalecimiento de bloques radicalmente aislados entre sí y con las líneas divisorias firmemente apuntaladas sobre la descalificación y el ruido, la maldita polarización que impide cualquier colaboración para hacer frente a los retos del presente. El papel conciliador de los liberales debía corresponder a Ciudadanos, pero la ceguera de poder de Albert Rivera arruinó el proyecto. El eslabón perdido del centrismo en Baleares es el PI (Proposta per les Illes), partido al que el fratricidio conduce sin remedio a la irrelevancia. Su portavoz parlamentario, Josep Melià, ha pedido disculpas a sus militantes «por lo que han pasado y por lo sucedido en los últimos meses». ¡Vaya! Si se pide perdón es porque se admite que las cosas se han hecho mal. En tal caso, hay responsables. Deberían irse.
Hace unos días, en su despedida definitiva de la radio, Iñaki Gabilondo, reflexionaba acerca de la cantidad de cuestiones importantes que en España no se pueden abordar por la imposibilidad de alcanzar acuerdos, razón por la que se descartan: «Tenemos el desván abarrotado de cosas importantes que no vamos a acometer porque necesitan acuerdos y no sabemos llegar a acuerdos. Eso produce una gran fatiga».
Es evidente que los alemanes muestran lo mejor del hecho de ser alemanes en su país y no en determinados lugares del Arenal. Ojalá durante sus vacaciones dejaran algo de la sabiduría política exhibida el domingo pasado en lugar de venir solo a beber cerveza.