El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de Naciones Unidas (IPCC), a través del colectivo de científicos de Scientist Rebellion y Extinction Rebellion, ha vuelto a hacer pública una nueva filtración del que será su demoledor sexto informe. Esta segunda filtración, ocurrida apenas dos semanas después de la anterior, trata ahora del capítulo 1 del Grupo III de dicho sexto informe, encargado de las propuestas de mitigación y adaptación. El panorama resulta cada vez más desolador: «Las emisiones de gases de efecto invernadero deben tocar techo en como mucho cuatro años». Cuatro años.
Hay más novedades. Me quejaba en estas páginas hace un mes de que el IPCC no tuviera el coraje de señalar de frente al capitalismo como base evidente de nuestra actual catástrofe climática. Pues bien, lo ha hecho. Reconoce inequívocamente que hay muy pocas posibilidades de seguir creciendo, y que hay que renunciar al crecimiento infinito. Advierte de que la transición deberá tener en cuenta las diferencias culturales e históricas de emisiones entre países, las diferencias entre el mundo rural y el urbano y, sobre todo, las enormes y crecientes desigualdades económicas: «Lecciones de la economía experimental muestran que la gente puede no aceptar medidas que se consideren injustas incluso si el coste de no aceptarlas es mayor»; «el ritmo de la transición puede verse obstaculizado por el bloqueo ejercido por el capital, las instituciones y las normas sociales existentes». Vamos, que el cambio climático está causado por el desarrollo industrial, y más concretamente, por el carácter del desarrollo social y económico producido por el sistema capitalista, que considera insostenible. De remate, en acción internacional advierten una «hipocresía organizada».
Una última cuestión interesante: ¿Por qué un organismo de Naciones Unidas tiene que recurrir a las filtraciones semiclandestinas, como si fuera WikiLeaks? Pues porque el IPCC, como sus propios miembros denuncian, está sometido a fuertes presiones políticas y económicas para descafeinar sus hallazgos, y teme la censura. Pero cuando tantos señores/as bien formados, blancos o claritos, bien instalados y de clase media, poco sospechosos de revolucionarios, se ponen así, en plan guerrillero, imagínense cómo estará la cosa.