Todos los seres vivos nacemos con la herencia de nuestros antepasados acumulando parecidos físicos y mentales. Es decir, cada generación aporta novedades, conocimientos, tics y manías, que no dominamos y ni vemos, sólo se dan cuenta los otros; por eso los conocidos frecuentemente dicen eso de ser clavado a tu padre, o madre. Cierto, y no solo en el aspecto externo, sino que también lo interno, la mente e inteligencia. Nacimos equipados de pies a cabeza, y desde la más tierna infancia nos educan, enseñan a actuar por sí solos. Crecemos con millones de neuronas transmitidas por ancestros lejanos, que no conocimos, ni sabemos de su existencia, o morfología; talmente sucede con los animales.
Quisiera hacer hincapié en lo arduo que resulta cambiar de modo de ser y hacer; cambiar de hábitos incrustados en todos los recovecos de nuestro cuerpo, grabado en el ADN recientemente descubierto. El problema está en la transmisión genética de neuronas del tipo violento y criminal, heredado de algún antepasado desequilibrado qué, poco o nada, puede hacerse para frenar semejante enfermedad. Lo transmitido queda adherido al ser, forma parte de su existencia, aun no siendo culpable de sus instintos, por supuesto heredados de quién sabe quién, después del batiburrillo genético recibido. No estamos predestinados a ser de un modo u otro, sin embargo, algunos sí adquieren el gen de una enfermedad contraídas por los antepasados.
El interés por cambiar el modo de ser, resulta muy difícil por mucho que uno se empeñe. Solo podremos sustituir lo superficial; más adentro es casi imposible pues el organismo manda. Uno no puede ser el otro. Pero sí podemos comprender estos tiempos en que nuestra mente no se corresponde con el presente. Los mayores entendemos, que no comprendemos. Pues desde la cuna nos enseñaban y moldeaban como mejor sabían. Al ser adultos somos parecidos a los progenitores en educación, modales, o quizá todo lo contrario.
Las nuevas generaciones no recibieron el mismo entrenamiento que nosotros, a veces mal avenidos, dado que la mayoría nacieron con la democracia, desapareciendo cientos de preceptos, surgiendo algo tan esperado como la libertad con todos los derechos. Pero faltaron explicaciones de cómo manejarse en libertad, que no libertinaje. La libertad de expresión es mal entendida: no consiste en gritar, ofender, insultar, y no dejar hablar a otros ciudadanos con derecho a disfrutar de la vida, de conversar, tomando un vino al fresco.