Alguien dijo que todas las cosas inicialmente parecen difíciles hasta que, transcurrido un tiempo, descubrimos que se vuelven infinitamente más sencillas tras haber suspendido muchos exámenes para los cuales, ni siquiera se había estudiado. El tiempo es la peor bofetada que el destino puede propinarte y es, contrariamente, un milagro para aquellos escasos seres que evolucionan en sintonía y encaminan de nuevo sus pasos en un mismo sendero. Qué fácil es recordar cuando el pasado es ya pretérito perfecto.
Una colección de diapositivas desfilan en nuestra mente con crueldad para recordarnos lo efímero que es el tiempo y como, en nuestra plena confianza en la eternidad, solemos perder lo que más queríamos. De repente un día eres consciente de que has malgastado tiempo dedicándoselo a gente que no valía la pena y echando de menos a los de verdad dejando sus vidas pasar. Es fácil encerrarse en el propio mundo y obviar al resto, no hay mayor coraza que ello. Rezagados tras un muro protector dejamos que las cosas nos sucedan pensando que esa es la mayor acción, protegernos de lo incierto y de esa abrumadora incertidumbre. Las cosas buenas, en cambio, solo les llegan a los que se embarcan dispuestos a naufragar.
No hay peor destino que el que no se tienta, el que no se sale a por él dispuestos a cambiar la letra de esa canción escrita y que todo el mundo tararea. Sí, qué fácil es decirlo y no hacerlo, las frases hechas son un perfecto comodín pero quién las escribió probablemente pasó un calvario antes de lapidarlas. Entonces, un día cualquiera lo difícil se torna fácil y te das cuenta de que no necesitas caerle bien a los demás, especialmente si para ello tienes que forzarte en ser quién no eres. Te vuelves menos exigente con los demás sabiendo lo que cuesta arriesgarse y lo difícil que es acertar. Eres consciente de lo sanadora que puede ser una conversación y que un silencio fuera de tiempo te puede acabar de condenar. Callarse es cada vez más peligroso y negarse a aceptar algo puede ser un principio para encontrar un pedazo de eso que llamamos verdad. Risto Mejide dijo que no hay nada como salir de casa como quien aterriza en una ciudad que no ha visitado jamás. Un mapa distinto cada día con una guía llamada intuición y una maleta llamada recuerdo pero muy especialmente con una divisa que no admite cambio alguno, la honestidad. Probablemente ese sea el principio del camino, donde la dificultad se transforma en facilidad por arte de magia.