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Y ahora preguntad, preguntad

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Pregunto a mi ángel de Ultima Hora sobre la fecha de mi próximo artículo. Me contesta: - el próximo martes. Me alegra. Hablaremos del arte de preguntar. Y es que llevo retenido, desde hace días, el grito de Moisés cuando se dirige a su pueblo confundido y le espeta: «Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos», conforme indica el Deuteronomio , y que constituyó la primera lectura dominical de hace un par de semanas.

Recuerdo de niño aquel: por qué, tan reiterativo y propio de aquella nuestra edad. Esperemos que no se haya perdido; que los niños sigan preguntando. Hoy preguntamos poco, más bien afirmamos, sin indagar tantas incógnitas del humano existir.

Moisés, que quiere salvar a su pueblo, le pide que pregunte, puesto que tiene la respuesta en los labios: «Saber mirar al pasado». No basta la espada de Josué , ni el rezo de Melquisedec . Es preciso poder partir de unos referentes, para desde ellos diseñar las rutas de salvación. En un mundo en que apenas preguntamos, en que solo afirmamos desde los slogans dogmáticos que nos impone la nueva cultura post-humana, envasada y conservada en los frigoríficos de los mandamases de turno, ¿qué caminos vamos a trazar? Ninguno. Ya nos los darán hechos.

La España de nuestros días, que derrocha de pasado, sin embargo no se pregunta por éste. Y además, si se pregunta, ya se han cuidado de adulterarlo los nuevos feriantes del saber y la comunicación. No es que no veamos, es que lo que vemos es aquello que nos imponen. La nueva ley de Isabel Celaá , se ha cuidado de prepararlo todo. Y ahora solo bastará descongelar los contenedores del nuevo saber. ¿Y no hacían lo mismo, siglos atrás, los poderosos de turno? Bueno, esto pretendían, pero sin disponer de los medios de hoy. El ‘poder' siempre tuvo sus instrumentos para agarrotar: primero los predicadores a sueldo y hechiceros de la tribu; luego el caballo; siglos después la artillería, llamada a derribar los caballeros y a destruir las más amuralladas ciudades y castillos roqueros. Luego las monarquías absolutas, leviatanes de la modernidad. Hoy la poderosa arma de la informática, que nos deja en pelotas. ¿Qué hacer? Pues habrá que preguntar. Algún rincón encontraremos para guarecernos de los Jaume Roures forjadores de opinión.

El tema catalán aparece como el gran problema de los españoles que aún se preguntan. Para sus protagonistas, véase Pedro Sanchez y Pere Aragonès , no hay preguntas por hacerse. Simplemente hay que negociar, jugar al ratón y al gato, y nada de mirar al pasado. ¡Menuda falacia se han montado con esto de la pena como venganza! Además, aparte de sentido del orden penal, mucho podría aclararnos la historia. ¿Sabemos que buena parte de los independentistas de Catalunya no descienden de los hispanis de la Marca carolingia ? ¿Sabemos que a los descendientes de estos hipanis se les impusieron los cátaros con ‘la pela', llegados de más allá de los Pirineos? ¿Sabemos que a pesar de ello, hispanis o cátaros son más parecidos al resto de los españoles, de lo que ellas mismos piensan?

Hay que preguntar y discurrir. En el discurso está el futuro. No en la banalidad ni en la suerte de las cartas con que desde hace dos años nos jugamos el país. Al final, quien sabe y piensa, gana. No lo dudemos.

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