La mascarilla ha salvado muchas vidas. Antes de la pandemia, era una imagen que sorprendía al verla aquí y era de uso común en Japón. Ahora se ha comprobado que además de la COVID-19, ha evitado resfriados, gripes y otras patologías que se transmiten por vía aérea. Se evidencia por tanto que su uso tiene una capacidad preventiva extraordinaria. Quizás también se ha constatado que en situaciones límite cada ser humano saca sus verdaderas capacidades; aunque, no hay que olvidarlo, tanto las positivas como las destructivas.
Durante la pandemia hemos visto conductas de solidaridad extraordinarias. La mayor parte de la sociedad ha tenido un comportamiento ejemplar. El veinte por ciento de imbéciles esféricos ya los conocemos. Desgraciadamente, entre ellos hay también gobernantes de orden mundial y local.
Propongo que aprendamos el uso de la mascarilla mental como forma preventiva de nuestra salud espiritual y bienestar psíquico. La metáfora pretende que nos protejamos de los elementos tóxicos de la geografía humana. Depredadores, trepas, egoístas, conspiradores y otros especímenes. Hay que huir de los elementos tóxicos; si no lo haces, acaban desestabilizando tu espacio de confort mental. Hay entes que no aportan nada más que destrucción. Hay que saber intuirlos. Y tomar la decisión de eliminarlos rápidamente. Si no lo haces, acaban por ser lesivos. A veces aparentan bonhomía, son grandes manipuladores. Pueden tener capacidad de liderazgo, encantadores de serpientes, predicadores, oportunistas...