No es el fondo, son las formas. Sabina cantaba: «No perdí una hija, gané un cuarto de baño». Las elecciones de Madrid han abierto la puerta de salida a Pablo Iglesias , sin duda una mente bien amueblada al servicio de unos ideales muy concretos. Algo digno de apreciar y que no sucede en todos los partidos. Se va Pablo y no perdemos un político, sino que ganamos en tranquilidad. Porque el líder de Podemos, con sus formas, ha crispado constantemente a la opinión pública, ha enrarecido el debate y ha encendido los discursos. En democracia no hay ideas buenas ni malas; para eso votamos, para elegir las que más nos gustan, pero no cabe duda de que Iglesias ha sido el gran agitador del debate político, un perfil que le ha gustado explotar, bajo el que se ha diferenciado y por el que ha acabado pagando caro. Y de la misma manera que le debemos a Ayuso la salida de Iglesias, a Pablo le apuntamos la existencia de Vox. Y aunque en este caso los extremos no se tocan, la verdad es que lo que necesita este país es concordia, centralidad, sentido común y respeto. Nos sobra circo, nos sobra tanto puño al aire, tanto desafío y tanta mala leche. La extrema derecha crece a la sombra del populismo. Me parece un justo castigo para aquellos que nos ponen de mal humor cada vez que abren la boca. Vox sin Pablo es menos Vox y acabará como Ciudadanos.
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