El diccionario de la RAE define el negacionismo como «la actitud que consiste en la negación de determinadas realidades y hechos históricos o naturales relevantes». Y al negacionista como «al partidario del mismo». La corriente, en orden a la pandemia, acuña teorías tan peregrinas como que Bill Gates quiere colocar chips a la humanidad y otras semejantes. Yo no soy, evidentemente, negacionista como tantos otros; porque, que el virus está aquí es evidente; a pesar de poder mostrar cierto escepticismo (que no es afirmación ni negación, sino suspensión del juicio) ante el maremágnum organizado. Soy, pues, más bien afirmacionista; aunque con reservas; y pensando que todo el mundo tiene derecho a tener su postura, y más todavía sobre lo que le afecta, como si vacuna o no vacuna, etc. Lo asombroso es que, a estas alturas, deban decirse estas cosas. ¿Queda claro? Pues, no crean… Porque si no hay voluntad de aclarar no importa la luz que se proyecte.
Resulta que los apóstoles de la corrección política sitúan en el mismo espacio a los negacionistas propiamente dichos y a quienes simplemente se muestran críticos con las medidas adoptadas y subrayan las múltiples contradicciones en el modo de afrontar la pandemia, personificadas en el Dr. Simón ; y como medida estrella de entre aquellas, el confinamiento; que el premio Nobel de Química 2013, Michael Levitt , catedrático en la Facultad de Medicina de Stanford (no uno cualquiera) y otros colegas consideran que ha matado, mata y matará más que el virus. La verdad es que tan morir es hacerlo de hambre, de angustia o del virus.
Entramos en el segundo año de la crisis sanitaria y económica peor de las vividas y seguimos sin poder cuestionar la política llevada a cabo sin ser estigmatizados como descerebrados negacionistas. Por no poder, ni se puede mencionar al comité de expertos que nunca existió.
De seguir siendo tan buenos chicos, que nadie dude que después de la pandemia, nos querrán preparar para el programa 2030, para cuando ya no tengamos nada que perder, ni de qué preocuparnos; cuando el Estado –según las últimas conclusiones de Davos– nos vaya a hacer felices. Está agendado.