Las elecciones autonómicas en la Comunidad de Madrid tienen varios focos de interés. La primera consideración sobre la convocatoria avanzada es su estricto carácter utilitario de parte. No se hace por nada que tenga que ver con la vida de los madrileños. Se trata de interés exclusivo personal y político de la presidenta regional, Isabel Díaz Ayuso. No hay más. Lo cual da el tono del nivelazo que tiene la ex contertulia de debates televisivos.
Otrosí: no es tampoco baladí, en esta historia, que Pablo Casado se haya atrevido a mostrar su orgullo en público por haber comprado unos venales tránsfugas murcianos. Es la primera vez que pasa en la historia política democrática española. Hasta ahora a esa gentuza se la compraba, dado que siempre se ponen sí mismos a la venta a precios muy módicos - lo habitual es seguir cobrando del chollo público unos pocos años -, servían para lo previsto pero ningún dirigente comprador que se hubiera aprovechado de ellos, mucho menos si era un líder nacional, se mancillaba mostrándose orgulloso en público por haberlos adquirido. Nunca. Hasta ahora. Ver a Casado en Murcia henchido de alegría rebozándose en la inmundicia tránsfuga resulta inquietante porque demuestra que este hombre tiene menos escrúpulos políticos y éticos que Pedro Sánchez, que ya es decir.
Volviendo a Madrid, el resultado electoral del 4 de mayo -si es que, cabe precisar, se pueden celebrar los comicios y no pasa que la pandemia obligue a aplazarlos– afectará de lleno a Casado. No es ningún secreto que a una parte de la derecha no le gusta como líder del PP. En principio era a la más moderada, que vio con horror cuando nombró portavoz parlamentaria a la hiper ventilada Cayetana Álvarez. Pero luego también irritó a la más radical cuando se la quitó de encima. Y no digamos cuánto molestó a esta última porción ideológica del PP que atacara con saña al líder ultraderechista Santiago Abascal, durante la fantochada de la moción de censura, que iba dirigida contra Casado. En fin, el pobre hombre hace lo que puede pero en los escasos tres años que lleva al frente del PP -fue elegido en julio de 2018 - ha generado más desconfianzas internas que cualquier otro en su lugar. Por eso desde hace meses muchas columnas de medios derechistas de Madrid especulan con su sustitución. No ahora mismo, por supuesto, ya que de momento parece que le dejarán presentarse a otras elecciones, pero si para el futuro tras los próximos comicios generales que en estos momentos nadie ve posible que los gane, o sea consiga ser presidente. Ahora bin, la política es muy voluble y un golpe de suerte podrían convertirle en un héroe para las bases derechistas que ahora recelan de él. Eso está fuera de duda. Pero ahora mismo no genera mucha confianza, más bien todo lo contrario.
Este escepticismo sobre su capacidad de llevar a la victoria al PP es lo que va carcomiendo su posición. Y él lo sabe. Porque a pesar de sus numerosos títulos académicos de adorno, que podrían sugerir lo contrario, tonto no es. Tampoco es secreto para nadie a quién desearían ver en su lugar cada vez más derechistas con opinión publicada -se ignora, al respecto, qué pensarán las bases del partido – en los medios: Isabel Díaz, la actual presidenta madrileña.
Y es en este contexto en el que las elecciones madrileñas se entienden mejor. Se trata de la ventana de oportunidad para Díaz. Por eso las convocó. Su estratega, Miguel Ángel Rodríguez, – portavoz del Gobierno en tiempos de la presidencia de José María Aznar, del sector más derechista del PP, el de Esperanza Aguirre, del mismo Aznar y compañía – vio la gran oportunidad tras el anuncio de la moción de censura en Murcia. Le daba la excusa perfecta. Casado, entrado en pánico, no se atrevería a negarse. Y así Rodríguez construía para Díaz Ayuso un fabuloso trampolín del que salir eyectada hacia la presidencia del PP. Siempre y cuando, claro está, la operación electoral le salga bien: mayoría absoluta o, en su defecto, quedar a muy poco de ella para poder gobernar en solitario aun cuando necesitase el apoyo de Vox para la investidura. Y por supuesto también si Casado, como ahora todo indica que pasará, fracasa en las próximas generales.
Respecto a Pablo Iglesias, el otro protagonista del mayo electoral madrileño, su operación es mucho más caótica. Al contrario de lo que sus exégetas periodistas aseguran, no se trata de un sacrificio político, ni mucho menos económico ni de ninguna compleja operación ultra inteligente del Conductor. Es el resultado de la pura desesperación. En su mente Madrid es esencial para el proyecto común español morado, aun cuando – o justo por ello - su actual estructuración de poder territorial indique el desplome que está padeciendo en muchas regiones. Así que tras intentar convencer a otros pesos pesados para que asumieran el alto riesgo y que le dijeran que no, se tuvo que poner él al frente. Para evitar la desaparición de podemos de la Asamblea que él considera que sería la antesala del fin para toda la organización. No hay más. Y éste es el objetivo. Todo lo demás que se dice -lucha Ayuso/Iglesias, "parar al fascismo", genial jugada… - es propaganda -ridícula en no pocas ocasiones – al mejor estilo de la que ha caracterizado a este personaje desde su irrupción en 2014. Su problema es que siete años más tarde parece como si a su imagen política le hubieran pasado por encima setenta.
Por otro lado y al contrario de lo que suele comentarse, en nada afectará el resultado de Madrid a la relación entre Podemos y el PSOE. El fracaso morado en el Gobierno tiene el sello de Iglesias, de Irene Montero y de Alberto Garzón. Los tres se han revelado como inútiles a la hora de gestionar el poder institucional. Les da igual. En su cosmovisión eso no tiene importancia alguna. Su misión no consistía en mejorar en nada la vida de “la gente”, como suelen decir, sino en carcomer a su socio compartiendo con él el Gobierno, como nuevo experimento tras fracasar el anterior, aquel de aquellos tiempos cercanos que parecen tan lejanos cuando los morados soñaron con hacerle el sorpasso. Tras ese objetivo malogrado vino el acuerdo de coalición que enseguida se reveló también como un imposible. Las encuestas, con Podemos en caída libre en estos catorce meses, lo han condenado.Ya está en tiempo de descuento. Durará más o menos, pero está fuera de cualquier posibilidad de duda que la relación entre ambos no ha sido alterada por el hecho de compartir el poder (vale, es un decir, porque en realidad Sánchez no lo ha compartido, pero esto es otra historia), siguen talmente donde han estado siempre: en trincheras entrentadas. Porque el comunismo y la socialdemocracia se odian, son como agua y aceite: pensar en que puedan mezclarse bien para mejorar ambos a la vez y dar brillantez a un gobierno común es desconocer la historia política y la respectiva naturaleza ideológica, totalitaria y democrática, respectivamente.