La huelga feminista en Baleares tuvo una escasa participación. Es raro, dado que en otras capitales provinciales –más cuanta más población tienen- el éxito acompañó la jornada de paro. Y por éxito quiero decir que el ciudadano notó con claridad, debido a un cúmulo de servicios que no funcionaron como a diario – el transporte público, educación, empresas privadas grandes, comercios céntricos…-, la intensa disminución del trabajo. Sin embargo en nuestras islas en ningún sitio se sintió la huelga. Como mucho en la educación pública un poco. Una muestra más de nuestra especificidad económica. Que cada cual saque sus conclusiones al respecto. Para unos será positivo, para otros negativo. Lo que está fuera de duda es que somos más islas que nunca en España. Nuestra economía crece mucho, desordenadamente, basada en lo mismo de siempre –turismo y construcción- y que el trabajo en su inmensa mayoría es tan peculiar que nadie –excepto algunos funcionarios- se atreve a huelgas globales como la feminista. Otrosí: contrastó el fracaso del paro con el éxito de la manifestación que congregó una enorme cantidad de gente en Palma. Personas entre las cuales se notó a faltar inmigrantes. Al menos de los que se pueden identificar a simple vista. No se les veía. ¿Acaso nuestros conciudadanos nacidos en otros países –un 22% del total, aproximadamente- así como sus hijos mayores aquí alumbrados –con ellos están entre el tercio y la mitad del global demográfico- no suscriben con el mismo ímpetu y decisión la igualdad de derechos de las personas al margen del sexo que tengan? La respuesta no debería ser positiva. Por tanto habría que buscar otra explicación. ¿Desestructuración social, sentimiento de no pertenencia a la sociedad de acogida?… Y más: tras la masiva reivindicación de igualdad entre las personas, ¿ahora qué? Es el problema de las movilizaciones genéricas como la del 8 de marzo, que al no ser por un objetivo concreto, tangible y con sujeto inequívoco ante el que presentar lo reclamado –una subida salarial, derogación o aprobación de una ley o decisión política…- y como los estamentos que podrían ser los aludidos son tantos y tan diferentes –todos los gobiernos desde el nacional a los locales pasando por los regionales, todos los partidos, todas las instituciones públicas, todas las empresas, todos los medios de comunicación, todos los sindicatos, todas las familias…- ocurre aquello de lo que advierte el refranero: quien mucho abarca… Aunque si todos tomásemos un poquito más de conciencia de que podemos aportar algo individualmente para cambiarlo todo –por a largo plazo que sea- la jornada reivindicativa ya habría sido más que un éxito, un milagro. Y final: la gran movilización de calle partía de una convocatoria teórica hecha por los progres anticapitalista republicanos de lo políticamente correcto tan rancia que era de alucine. Mezclar la crítica al capitalismo y la reivindicación republicana con el feminismo es una idiotez. El enorme seguimiento que tuvieron las manifestaciones fue gracias a que nadie leyó el manifiesto o, en su defecto, nadie se lo tomó en serio. Se notó en la manifestación de Palma, cuando lo que queda de algo que se llamó sindicatos quisieron protagonizar el acto justo detrás de la cabecera, blandiendo sus banderas, y cientos de mujeres les gritaron “sindicatos!, sin banderas!”, a lo que una energúmena sindical les contestó que “a ver quiénes coño creéis que convocamos” y replicaron las críticas con un “¡todas, todas, todas!” que aconsejó callar a la representante del pasado y a lo que alguna vez fueron sindicatos de clase a moderar su obsesiva fijación por las fotos y cámaras de televisión.
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