Balears, como todas las sociedades desarrolladas, se enfrenta al paulatino envejecimiento de su población, gracias al aumento de la esperanza de vida, a las innovaciones médicas y tecnológicas y a una clara mejoría del estilo de vida. Eso, que es una excelente noticia, también plantea retos que es necesario abordar de forma multidisciplinar, pues afecta de modo transversal a todo el entramado social. La dinámica llegada de población migrante favorece que las Islas no envejezcan a la misma velocidad que otras autonomías españolas, pero incluso así es preciso definir de qué manera esa pirámide poblacional cada vez más mayor debe encajar de modo satisfactorio para todos.
La soledad no deseada.
La soledad no deseada es una de las consecuencias del invierno demográfico y los expertos ya vaticinan que dentro de trece años veinticinco mil habitantes de estas Islas sufrirán problemas de falta de compañía, la mayor parte mujeres, más longevas que los varones. Tradicionalmente, las sociedades agrarias se organizaban para evitar fenómenos como estos, a pesar de que no alcanzaban edades tan avanzadas como en la actualidad. Las familias eran extensas, la solidaridad entre vecinos era ley y el respeto a los ancianos era reverencial.
Grandes cambios.
La sociedad actual se aleja a pasos agigantados de esos códigos de conducta y hay que buscar medios para conseguir que los mayores permanezcan activos, se relacionen y encuentren estímulos físicos, mentales y sociales al final de su vida. Las actividades organizadas por las instituciones están muy bien y son importantes focos de socialización, aunque insuficientes, pues la creciente tasa de dependencia –las enfermedades degenerativas, la discapacidad– favorecida por el alargamiento de la vida es un elemento crucial que desde la Administración hay que abordar sin escatimar inversiones.