Una gota fría de una potencia devastadora ha llevado el caos y la muerte a Valencia, donde de momento hay al menos 95 víctimas mortales, aunque las estimaciones de los equipos de emergencias apuntan a que el número podría aumentar de forma sensible en los próximos días, a medida que vayan apareciendo otros cadáveres. Es una catástrofe que nos recuerda lo ocurrido hace ahora seis años en Sant Llorenç, cuando una torrentada sin precedentes dejó trece muertos en aquel pueblo y en los alrededores, convirtiéndose en el peor desastre de las últimas décadas en la Isla. La tragedia de Valencia ha conmocionado a toda España y los Reyes y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, se han solidarizado con las víctimas. De momento quedan algunas incógnitas por despejar, pero lo cierto es que la DANA había sido anunciada y las autoridades estaban en alerta. El problema, alertan los expertos, es que se construye donde no se debe y cuando el agua se desborda arrasa con todo lo que encuentra a su paso.
No será la última.
El asunto es realmente preocupante porque el cambio climático, que es una realidad aunque algunos negacionistas todavía lo nieguen, implica que las tempestades serán cada vez más frecuentes y potentes, con consecuencias devastadoras. Los torrentes y ríos, junto a pueblos y ciudades, suelen estar sucios y llenos de maleza, lo que contribuye a que en caso de emergencia el desastre se magnifique.
Volcarse con los damnificados.
Tras la catástrofe, el Gobierno y las administraciones deben volcarse con los miles de damnificados, que han perdido a seres queridos o que han sufrido daños materiales, desde casas destruidas por el agua a coches en estado de siniestro total, arrastrados por la riada. La solidaridad con tantas familias destrozadas debe ser una prioridad.