Con las tropas Zelenski retrocediendo en muchos frentes, la guerra en Ucrania se encuentra en un punto de inflexión que puede marcar el devenir del conflicto. Llegados a este punto, el fantasma de un choque abierto entre la OTAN y Rusia cobra cada día más forma. Algunos analistas apuntan a que Moscú, apoyado por Bielorrusia, podría tratar de invadir los países Bálticos (Estonia, Lituania y Letonia) o apoyar a los rebeldes prorrusos de la región moldava de Transnistria. Sin olvidar el corredor de Kaliningrado, un pedazo de tierra rusa con salida al mar entre Polonia y Lituania. Sea como fuere, al mar de especulaciones más o menos interesadas, la auténtica bomba ha llegado con las declaraciones del presidente de la República francesa, Emmanuel Macron, apostando por el envío de tropas de su país a Ucrania. Putin ya ha advertido que será un punto de no retorno, y que las superpotencias europeas, amparadas por EEUU, irían irremediablemente a una guerra nuclear. Y no olvidemos que Rusia es el país con mayor arsenal atómico del mundo.
¿Farol o estrategia?
Ni en la larga Guerra de Vietnam, donde los norteamericanos se fueron desangrando durante diez años, hasta consumar su derrota, los chinos y soviéticos se atrevieron a mandar tropas contra Washington. Apoyaban con armamento e instructores a sus aliados de Vietnam del Norte, pero eran conscientes de desplegar unidades de combate. Macron, en cambio, obvia ahora esta doctrina, no sabemos si por un farol o como estratega.
No escalar.
Ante tanta tensión bélica, que cualquier día se le puede ir de las manos a alguno de los países implicados en el conflicto ucraniano, solo cabe abogar por una rebaja de las hostilidades. No escalar, incluso verbalmente, ayudaría a enfriar una alocada carrera que de consumarse llevaría a la destrucción mutua asegurada.