La detección a cargo del centro escolar de un claro abuso en el entorno familiar de una menor por parte de sus padres es la constatación del correcto funcionamiento de los mecanismos de control de este tipo de comportamientos. Con apenas 14 años de edad, la joven era sometida a todo tipo de vejaciones. Era golpeada y también obligada a realizar las tareas domésticas desde altas horas de la madrugada. Es un comportamiento que sus familiares, de origen paquistaní, tratan de justificar en base a tradiciones importadas desde su país. El padre y la madastra de la víctima fueron detenidos por la Policía Nacional, aunque el juez ha dejado en libertad al primero. La segunda no llegó a ingresar en los calabozos para poder seguir atendiendo a dos hermanos menores.
El control escolar.
La huella de los golpes por todo el cuerpo de la niña no pasó desapercibido para los docentes, quienes pusieron en conocimiento del departamento correspondiente de la policía el estado en el que se encontraba la alumna. Hay que felicitarse de que los profesores también hayan asumido como exigencias de su labor en los colegios e institutos la vigilancia sobre el estado de los escolares: tratar de hallar rastros de cualquier tipo de abusos que puedan realizarse sobre los menores con independencia del ámbito en el que se produzcan.
Valores irrenunciables.
Tratar de apelar a tradiciones o comportamientos seculares en su país, como al parecer argumentan los padres de la menor referida, es inaceptable en uno como el nuestro, en el que los valores de la igualdad y el respeto entre todos los ciudadanos –con independencia del sexo u otras razones– no tienen marcha atrás. Estas conquistas sociales deben ser, sin duda, una exigencia irrenunciable en todo proceso de integración social y cultural. Se trata de una línea roja que no se puede traspasar bajo ningún concepto.