En las primeras horas de ayer, el ejército ruso inició una amplia ofensiva militar sobre las principales ciudades de Ucrania con bombardeos selectivos y el despliegue sobre el terreno de unidades de tanques e infantería. Se cumplía así la invasión del país, una amenaza negada de manera reiterada por el presidente Vladímir Putin, y que ha provocado la inmediata reacción del bloque de los Estados Unidos y la UE. La guerra abierta ha vuelto a territorio europeo, dos décadas después del fin del último conflicto bélico en los Balcanes.
Expansionismo ruso.
Los ataques rusos de ayer confirman la estrategia expansionista rusa de Putin, que amplía el despliegue de sus fuerzas armadas más allá de las zonas de mayoría rusófona; la operación tiene por objetivo la ocupación de todo el territorio ucraniano y el enfrentamiento directo con las tropas a las órdenes de Kiev. Los reiterados avisos de la Administración norteamericana de las últimas semanas se han acabado cumpliendo, incluso en su versión más violenta. Las sanciones económicas de Occidente contra Rusia y el despliegue de las fuerzas de la OTAN no han tenido el efecto disuasorio previsto, una compleja papeleta de incierto futuro para ambas partes con un tercer actor que calla: China.
Impacto económico y social.
Mientras se especula con la duración de este episodio bélico, lo cierto es que las consecuencias económicas y sociales están siendo inmediatas. El desplome de las bolsas internacionales y el encarecimiento del gas, petróleo y otras materias primas son efectos palpables desde el estallido de las primeras bombas. También lo es el previsible colapso de las fronteras con miles de ciudadanos que pretenden salir de Ucrania huyendo de la guerra, refugiados para los que los países de la Unión Europea son la única vía de escape del conflicto. Un escenario lleno de dificultades e incertidumbres que pone a prueba los valores democráticos occidentales frente a la violación del derecho internacional.