El experto en tecnologías digitales e investigador de la Universitat Oberta de Cataluña (UOC) Quelic Berga alerta del peligro que supondrían nuestros metadatos -los datos que se registran al utilizar internet- para trazar un perfil de nuestra identidad y rutina en un supuesto contexto de guerra. ¿Qué hubiese pasado si durante la Guerra Civil algún mando político o militar hubiese tenido acceso a todo tipo de información sobre la identidad de los ciudadanos, como qué pensaban, con quién hablaban, de dónde eran o qué orientación sexual, aspecto o nivel socioeconómico tenían?
Toda esta información pueden obtenerla las empresas que prestan servicios de mensajería o las que ofrecen servicios en internet constantemente actualizada y proporcionada, de forma rápida, fácil e inadvertida por parte de los propios usuarios.
En una entrevista con Efe, Berga advierte con ese ejemplo del peligro que supone exponer nuestra vida e intimidad en redes sociales y cómo, en una situación de guerra como la de Ucrania, los servicios de inteligencia pueden usar esa información para fines políticos y militares. Más allá de la información personal que colgamos en Facebook, Twitter o Instagram, el investigador pone el foco sobre el uso que dan los servicios de mensajería instantánea como WhatsApp o Telegram a toda la información que recogen sobre nosotros a través del uso que hacemos de sus plataformas.
Los 'metadatos' son toda la información que acompaña de forma inherente cualquier mensaje, ya sea para dar los buenos días, enviar una foto de las vacaciones o comunicar con compañeros de trabajo. Se trata de información como a qué hora se ha enviado, cuántos caracteres tiene, desde dónde se habla, a quién se envía, de qué marca es el móvil o qué porcentaje de batería tenemos, entre otros datos a priori inocuos.
«Si bien el contenido de un mensaje está encriptado y no puede ser visto por la empresa, todos esos metadatos sí quedan recogidos y destilan información íntima, como con quién hablamos, quiénes somos, qué hacemos, dónde vivimos o cuánto dinero tenemos», según Berga. El profesor asegura que algunos servicios de mensajería instantánea usan esta información con fines comerciales y pueden vender estos datos a terceras empresas.
Marcas y anunciantes utilizan esta información para trazar perfiles de usuarios como potenciales consumidores y ofrecerles sus productos y servicios, lo que la psicóloga social Shoshana Zuboff llamó 'capitalismo de vigilancia', el uso de nuestra información personal como una mercancía. Además del uso comercial y los debates éticos, Berga advierte del peligro que supone esta información en una situación de guerra como la de ahora en Ucrania o en cualquier otro conflicto bélico.
«La guerra no avisa y no nos importa nuestra privacidad en redes hasta que nos damos cuenta de las consecuencias», alerta el académico, que explica que «toda esta información personal puede dar muchas claves a los servicios de inteligencia». «En un estado de guerra como en Ucrania, la información emitida desde cualquier aplicación puede quedar bajo la jurisdicción del país y lo que en tiempos de paz sería ocio, en guerra puede ser información que ponga en riesgo nuestras vidas», alerta.
Berga recuerda que Telegram, una empresa de mensajería de origen ruso, abandonó Rusia porque los servicios de inteligencia del país les habían requerido datos de usuarios, precisamente de Ucrania, en 2013, y la empresa se negó y trasladó su sede a Dubai. Los chats de las redes sociales, explica el académico, están en la nube y eso los hace «vulnerables» a piratas informáticos o agentes que quieran esa información para sus fines particulares, por lo que, aunque esos datos estén encriptados, estamos «potencialmente expuestos».
El académico recuerda que Donald Trump intentó prohibir la red social china TikTok a menos que la comprase una empresa americana y Microsoft hizo ofertas por ella, «porque si la empresa tiene su sede en EE.UU. se aplica la ley estadounidense y se aseguraría que no compartiría sus datos con China», explica Berga, lo que ejemplifica la importancia de estos datos para la geopolítica. La sede de la empresa y sus servidores es clave, según el investigador, ya que la legislación de ese país es la que se aplica para gestionar la información que captan, y puede darse el caso de corporaciones que tengan su sede en lugares indeterminados sin una regulación segura.
Berga afirma que en la UE hay políticas activas de privacidad y que las empresas de mensajería tienen actualmente condiciones con el uso que hacen de nuestros datos, pero, «aún así, siguen utilizándolos con fines comerciales», denuncia. «El dato más seguro es el que no se recoge», sentencia Berga, que también pide tomar conciencia de qué modelo de negocio, qué país y qué legislación hay detrás de cada empresa y qué forma de entender privacidad y derechos humanos tienen.
«Somos la primera generación con móviles, los conejillos de indias, y estamos empezando a aprender qué puede pasar. Nos hemos vuelto todos famosos, mostramos públicamente nuestra vida sin saber funcionar en clave pública y los riesgos que implica», argumenta. «Hasta ahora hemos sido muy inocentes y hemos pensado que como algo es aparentemente gratis y útil lo utilizamos, pero debemos tomar conciencia», concluye el experto.